lunes

Arcadia

Mientras en el refugio de los padres de Gloria todos se buscaban un espacio en dónde intentar conciliar el sueño, a miles de kilómetros de ahí, en un salón anexo a la Oficina Oval de la Casa Blanca, una asistente llenaba la última de las tazas de café de los ahí reunidos, los cuales estaban seguros que les esperaba una larga noche.
Era una reunión de emergencia, solicitada por el encargado de los Servicios de Seguridad Interna de los Estados Unidos, el general Joseph Stack A. Brown, que llevaba sólo unos meses en el puesto, ya que la oficina SSI era de reciente creación.
Además del general Stack A. Brown, se encontraban reunidos en la sala Ian Busy, asistente especial del presidente; el doctor Don Playwithme, de la FDA, Ann O. Wide, encargada de la oficina de inmigración; Oscar Nié, quien presidía el Comité de Telecomunicaciones Nacional, también creado recientemente; Joe Arpaio, sheriff del condado de Maricopa, Arizona y, por supuesto, Barak Obama, presidente en funciones de los Estados Unidos.
La asistente preguntó a los presentes si se les ofrecía algo más. Al no obtener respuesta, abandonó discretamente el salón, sintiéndose aliviada. El ambiente ahí dentro era muy denso.
Apenas se cerró la puerta, el presidente levantó la vista de los papeles que tenía ante sí sobre la mesa. Fijó su mirada en el general Stack A. Brown y le preguntó secamente:
—¿Qué es esto, Joe?
El general, un tipo con cara de póker enfundado en un uniforme de campaña, carraspeó antes de contestar: —Es el último reporte que tenemos de la situación en la frontera, señor.
—¿Y podemos tener confianza en estos datos que nos presenta?
—Absolutamente, señor. Fueron recabados por nuestro sistema satelital de defensa y por las unidades de inteligencia que mantenemos en la zona, señor.
—¿Y cuál sería, si se puede saber, la acción que más nos convendría tomar en este momento? Lo pregunto desde su punto de vista, Joe.
—Cerrar la frontera de inmediato, señor.
—¡¿Cerrar la frontera?! —Estalló Barak Obama— ¿La única solución que se le ocurre en este momento es cerrar las tres mil millas…
—Kilómetros, señor.
—… Tres mil kilómetros de frontera, así como así?
—Con el debido respeto, señor presidente —intervino la encargada de inmigración  Ann O. Wide—, pero es lo que hemos venido amenazando con hacer desde hace meses. El gobierno mexicano ha puesto el grito en el cielo, por supuesto, pero no ha emprendido ninguna acción diplomática definitiva hasta el momento.
—Si no han emprendido ninguna acción, Ann —replicó Obama— es porque han sabido aprovechar nuestra torpeza. Nos precipitamos en anunciar que cerraríamos la frontera para el paso de personas. Esto les sirvió de excusa a los políticos mexicanos para hacer crecer el sentimiento nacionalista. Los mexicanos nunca habían estado tan unidos como hasta ahora en su odio a los Estados Unidos.
El presidente Obama guardó silencio y suspiró. (¡Dios, cómo le hacía falta un cigarrillo!) Todos los que estaban ahí reunidos sabían que las amenazas que había lanzado acerca de cerrar la frontera tenían como objeto unir a los americanos contra un enemigo común en vista a las elecciones. Si a George W. Bush el ataque del once de septiembre le había servido para obtener un segundo mandato, sus asesores habían estado seguros que ante la invasión zombi a México su reelección sería un mero trámite.
Pero ahora Barak Obama no estaba tan seguro. Sus rivales republicanos estaban intentando hacer que cometiera un error y de seguro querían más. La presencia en la reunión de Ann O. Wide y del sheriff Arpaio (¡ese patán racista!) no prometía nada bueno.
—¿Qué tenemos de novedad en el avance del virus zombi, Ian? —preguntó Obama a su asesor. Esperaba que al menos por ese lado las cosas no fueran tan malas.
Ian Busy dio un respingo, ya que no esperaba que el presidente Obama cambiara de tema de una manera tan brusca. Al hacerlo, estuvo a punto de derramar su café en el regazo del doctor Playwithme. Si de por sí él siempre tenía los nervios a flor de piel, en reuniones como aquella se sentía a punto de explotar.
—¿Se refiere aquí en América o en México, señor presidente? —preguntó tímidamente, parpadeando con rapidez detrás de su gruesos lentes, como siempre le ocurría cuando estaba nervioso.
—¿Ya tenemos casos de zombis aquí? —preguntó Obama, asustado.
—Oh, no, no, señor presidente —respondió Ian Busy— afortunadamente.
—Entonces, ¿por qué preguntas si me refería aquí o a México? —dijo Obama.
—Porque resulta —intervino el doctor Don Playwithme— que existen indicios que nos hacen sospechar de la existencia de al menos cincuenta casos de infectados por el virus zombi aquí en los Estados Unidos. Cosa que no debería sorprendernos, claro, si tomamos en cuenta que el virus se originó en este país y no en México.
Las últimas palabras las dijo en un tono irónico. Aún recordaba la jugada que habían hecho sus colegas en los Estados Unidos con la llamada influenza porcina en 2009, señalando como el paciente cero a un niño de Veracruz, en México, siendo que el primer caso de influenza porcina se había originado en el medio oeste de Estados Unidos.
En aquella ocasión él, Playwithme, propugnaba por que se diera a conocer la verdad, ya que formaba parte del grupo de epidemiólogos que descubrió al paciente cero original en los Estados Unidos. Pero las autoridades del Gobierno impidieron que se conociera la verdad. Posteriormente se conoció ésta, pero ya era demasiado tarde: en México ya se había extendido el contagio y el mundo entero llamaba a la influenza AH1N1 la “gripe mexicana”.
—Sin embargo —se defendió Ian Busy— debes considerar, Don, que esos indicios o sospechas no han sido confirmados. Lo que yo quería señalar con mi pregunta, era que si el presidente deseaba conocer el avance del virus zombi desde nuestra perspectiva aquí en América o lo que está pasando en México.
—Empecemos por México —dijo Obama, intentando conservar la calma.
—Bien… —Ian Busy se acomodó los lentes y sacó unas hojas de su portafolio, a las que les echó un vistazo antes de hablar. —En México la situación es caótica, principalmente en el centro del país, incluida la Capital. Los ataques de zombis se han multiplicado. Nos acaban de reportar que hace algunas horas se efectuó un ataque de zombis en el Palacio Nacional, donde tenía lugar un evento. Se calcula que hubo unos setenta muertos, además de un incendio que dañó gravemente un ala del edificio. El presidente Calderón y sus hijos están en un lugar seguro en estos momentos, aunque al parecer la Primera Dama se unió a las hordas de zombis. Un informe no confirmado todavía la señala como una de las participantes en un ataque a un asilo de ancianos que está por la zona.
—¿Margarita, zombi? —Se espantó el presidente Obama.
—Así es, señor —respondió Ian Busy, a quien le empezaba a vibrar la voz. —El presidente Calderón y sus hijos muestran un avanzado grado de zombificación, pero no al extremo de la Primera Dama. No sabemos aún cómo pudieron haberse contagiado.
—Margarita zombi… —susurró Obama, que aún no se lo podía creer.
—Otra cosa interesante —continuó Ian Busy, a quien la turbación del presidente le ponía aún más nervioso —, es que tenemos reportes de la CIA en los que se informa que la mayoría de los zombis (ellos calculan un 90%) corresponden a individuos infectados que anteriormente pertenecían a las fuerzas policiacas (tanto municipales, estatales y federales) o cuentan con antecedentes penales (principalmente por delitos violentos) o pertenecen a algún sindicato o a una de esas organizaciones de manifestantes profesionales que toman las calles y que son tan populares en México.
—¿Alguna razón para eso? Preguntó Obama a su asesor, haciendo un lado la imagen de Margarita zombi atacando un asilo.
—Es muy posible, señor —intervino una vez más Don Playwithme—, que la razón sea la propensión a la violencia que muestran ese tipo de individuos. Sabemos que en México las fuerzas del orden están terriblemente corrompidas y que más del 50% de sus efectivos se hallan coludidos con el crimen organizado. Por otro lado, los sindicatos y otras organizaciones “populares”, como las llaman allá, también tienden a ser violentas. Además, nuestros estudios demuestran que la violencia acelera el proceso de zombificación.
—En un momento más volvemos al punto, Don —dijo Obama. —Lo que quiero saber es qué ha pasado con el crimen organizado. General.
—El crimen organizado prácticamente ha desparecido, señor —respondió el general Stack A. Brown. —Es posible que tenga mucho que ver con lo que mencionó el doctor Playwithme hace unos momentos, señor. Sin embargo, también el combate directo al narco que se dio en estos últimos años realmente debilitó a los cárteles de la droga y a las bandas de delincuentes que aprovecharon la confusión reinante y el miedo de sus ciudadanos, señor.
—¿Se detuvo el paso de drogas a los Estados Unidos? —Quiso saber Obama.
—No, señor —respondió el general Stack A. Brown—, eso hubiera representado un verdadero terremoto para la seguridad nacional de los Estados Unidos, señor. El general carraspeó sonoramente y continuó —: Podemos contener el flujo de enervantes que atraviesan la frontera, señor, pero sólo hasta cierto punto. Detener completamente el paso de enervantes sería realmente un suicidio, (carraspeo) señor.
El presidente Obama meditó unos momentos lo que había dicho el general. Amaba a su país y apreciaba a la mayoría de sus compatriotas, pero en ocasiones como la presente sentía una especie de vergüenza. La triste realidad era que los Estados Unidos necesitaban las drogas. América, el país de la libertad por excelencia, estaba compuesto por los seres más hipócritas del planeta. Patético.
—¿Y qué hay con el avance del virus aquí, Ian? —preguntó el presidente a su nervioso asesor.
—Lo que ya se dijo también, señor —respondió Ian Busy de inmediato. —Existen sospechas (aún no confirmadas) de que están empezando a surgir brotes del virus zombi aquí en América. Para estar seguros de ello, equipos médicos especiales están efectuando pruebas preliminares en pacientes que presentan síntomas de influenza. Por supuesto, las pruebas se realizan con las más estrictas normas de confidencialidad y a los pacientes se les dice que están padeciendo los síntomas de una cepa debilitada de la gripe aviar, a fin de evitar de que cunda el pánico entre la población. Todos los pacientes sospechosos de infección del virus zombi han sido puestos en cuarentena y están siendo monitoreados en estos momentos.
Conforme avanzaba la reunión las cosas se estaban poniendo cada vez más feas. El presidente Obama se excusó con los presentes y salió de la habitación. En el acto, un integrante del servicio secreto se le acercó y le preguntó si necesitaba alguna cosa.
—Sólo un poco de aire fresco y humo, Trini —respondió Obama, con una sonrisa que denotaba un gran cansancio. Y no precisamente por la hora.
El agente del servicio secreto Trinidad T. Tolueno estaba acostumbrado a esas “escapadas” del presidente. Así que lo acompañó hasta un área del jardín y le ofreció uno de sus cigarrillos a Obama, prometiéndole que no se lo diría a la Primera Dama, un chiste privado que ya estaba empezando a perder su gracia.
Siete minutos después, el presidente Obama regresó a la sala. Una acalorada conversación que mantenían en ese momento Don Playwithme y el sheriff Joe Arpaio se interrumpió. El presidente Obama les indicó con un gruñido y un gesto que continuaran con la conversación que mantenían.
—El Sheriff Arpaio preguntó si le podíamos explicar lo del asunto del origen real del virus zombi —explicó el general Stack A. Brown al presidente —. Sin embargo, según la opinión del doctor Don Playwithme, éste es un asunto confidencial que no tiene por qué ser conocido por todo el mundo.
El doctor Playwithme lanzó una mirada de ira al general. Todavía no entendía el porqué el general había invitado al sheriff Arpaio a la reunión.
—El sheriff Arpaio está en todo su derecho por pretender conocer la verdad —dijo el presidente Obama, quién aún se sentía irritado por haberse dejado convencer de la absoluta necesidad de tender una cortina de humo acerca del verdadero origen del virus zombi.
El doctor Playwithme no estaba seguro de cómo interpretar las palabras del presidente, así que se decidió por revelarle el secreto al sheriff.
—El virus zombi se originó aquí en los Estados Unidos —dijo el doctor con un tono de voz que dejaba traslucir el desprecio que sentía hacia el sheriff Arpaio, a quién consideraba un ser estúpido. —Presionados por los escándalos de torturas durante la pasada administración, nuestros amigos del Pentágono buscaron el usual “Hocus Pocus” y contrataron los servicios de un chalado experto en biotecnología genética. No sabemos qué pasó (nuestros amigos de la CIA y del FBI no pudieron, o no quisieron, explicarlo) pero el hecho es que se esfumó un lote que contenía el virus.
—El Pentágono no tenía intención de crear zombis —intervino el general Stack A. Brown, quien quería presentar los atenuantes del caso a los presentes que no estaban enterados de éste, para no dar la impresión de que el ejército de los Estados Unidos estaba dirigido por una manada de lobos. —El propósito principal (carraspeo) era diseñar una droga que permitiera obtener información de los sospechosos de terrorismo sin que hubiera necesidad de recurrir a la tortura.
—El lado humanitario del ejército —ironizó el doctor Playwithme, que se volvió hacia el sheriff Arpaio y continuó con su explicación —: Como siempre sucede en estos casos, el lote que contenía el virus se esfumó. La CIA y el FBI se lanzaron hacia la cacería más importante desde el ataque al World Trade Center.  Las órdenes que tenían eran las de localizar y destruir de inmediato el lote que contenía el virus. Finalmente encontraron el lote del virus, que había sido robado por un soldado en activo que estaba metido en asuntos de drogas y exportación ilegal de armas de asalto a México. Nuestros servicios de inteligencia descubrieron, con horror, que el virus se había mezclado (nadie sabe cómo) con un preparado de la droga éxtasis y había pasado la frontera mexicana en un intercambio de dinero, armas y drogas.
El doctor Playwithme hizo una pausa y tomó unos sorbos de su café, que ya estaba helado. Luego continuó con su relato. —Nuestros muchachos de la CIA pasaron la frontera y se encontraron con que la droga contaminada con el virus había sido incautada por el ejército mexicano en una redada de narcos. Se llevaron a los detenidos y a la droga en helicóptero a la Ciudad de México, pero la CIA cumplió la orden recibida y se encargó de destruir la droga contaminada: el helicóptero sufrió un “accidente” en su vuelo de destino a la Ciudad de México.
—¿Y cómo fue entonces que los mexicanos creyeron que el virus se había originado en México? —le preguntó al doctor Ann O. Wide, que no conocía tampoco el asunto.
—La CIA hizo correr el rumor que un narco sin importancia llamado el 19 tuvo que ver con el asunto de contaminación de la droga. Aprovecharon el hecho de que ese narco recién llegado efectivamente estaba tratando de diseñar una nueva droga, ya que no podía competir con los cárteles.
—Bueno —cortó el presidente Obama en ese momento—, creo que el sheriff Arpaio y algunos otros aquí presentes ya conocieron la historia. Así que les propongo proseguir con nuestra reunión. Todavía nos falta discutir la razón por la que esta reunión fue convocada por el general Stack A. Brown. Sin embargo, antes me gustaría saber qué novedades nos tienes, Oscar —dijo Obama, dirigiéndose al presidente del  Comité de Telecomunicaciones Nacional.
Oscar Nié, que había estado callado durante toda la reunión, se puso tieso al escuchar el pedido del presidente. El efecto fue un tanto cómico, ya que Oscar Nié era un tipo robusto, cuyo traje se le veía tan ajustado que parecía iba a romperse por las costuras.
—Con respecto a las telecomunicaciones —comenzó a hablar precipitadamente al tiempo en que consultaba unos papeles —, el flujo de información lo tenemos controlado. No fue tan difícil aislar a México con respecto al Internet, ya que la decisión de sus legisladores de detener el cambio de la televisión analógica a la digital (lo cual fue por cuestiones electoreras, como sabemos) nos proporcionó una excusa excelente. Por supuesto, muchos se dieron cuenta de que una cosa no tenía nada que ver con la otra, pero por fin conseguimos bloquearlos aduciendo a supuestas cuestiones de seguridad nacional.
—El peligro sobre la seguridad nacional es real —exclamó el general Stack A. Brown, enfático.
—La mayor dificultad que enfrentamos —prosiguió Oscar Nié sin hacer caso de la interrupción del general —, fue en el ámbito doméstico. Después de todo, millones de estadounidenses son de origen mexicano y mantienen lazos estrechos con sus familiares en México. Fue un verdadero reto canalizar los flujos de remesas que se mandan diariamente a ese país por canales ajenos a la red e interceptar el correo regular entre los dos países. Aún no lo sé cómo pudimos lograrlo. Por supuesto, existen fallas en el proceso y tememos que pueda surgir algún problema importante en cualquier momento.
—Lo cual es precisamente el hecho por lo que pedí convocar a esta reunión de emergencia al presidente Obama —dijo el general Stack A. Brown. La atención de los presentes se centró en el general, que se levantó de su asiento y se acercó a una de las paredes de la sala que tenía una gran pantalla plana que se utilizaba para las proyecciones.
El general presionó el mando correspondiente y la pantalla se iluminó, mostrando un mapa coloreado de los Estados Unidos.
—Lo que estamos viendo es la distribución actual de todos los mexicanos que residen actualmente en América —explicó el general, con suficiencia. —Las áreas que están marcadas con gris y que aparecen difuminadas en el mapa son los asentamientos en los que residen (o es muy posible que residan) los mexicanos ilegales, los cuales se calculan en unos once o doce millones.
—Creo que ese número se refiere al total de ilegales en el país, general —señaló el presidente Obama, quien hacía un esfuerzo por contener su ira. —Eso incluye al resto de latinos, asiáticos y demás extranjeros sin papeles.
—Bien…, sí señor, ejem —contestó el general, vacilante. —Pero con esa estimación, consideramos a aquellos mexicanos que están más en contacto con los ilegales. Y la razón de ello, la razón por la que esta reunión de emergencia se ha convocado, es para pedir su apoyo en la acción de emergencia que las circunstancias actuales exigen.
—¿Y cuál es esa razón, general? —preguntó suavemente Obama, aunque por dentro se sentía hervir la sangre.
—Por la seguridad de América, señor —exclamó el general, seguro de sí—, es indispensable deportar de manera inmediata a todos los inmigrantes ilegales de origen mexicano, señor.
—¡¿Qué?! —rugió el presidente Obama.
—Lo siento, señor, pero es la única solución que puede tomarse en estos momentos.
—¿Sabe lo que me está pidiendo, general? —dijo Obama, cuya voz se iba elevando de volumen conforme hablaba, terminando casi en un grito. —¿Sabe lo que costaría deportar en este momento a once millones de personas? ¿Tiene aunque sea la más remota idea del costo político y de imagen que tendría Estados Unidos a los ojos del mundo? Además, ¿qué beneficio, si acaso pudiera existir alguno, sacaríamos nosotros al deportar en masa a esos once millones de personas?
—Obtendríamos tiempo, señor —intervino Ian Busy, a quien le tembló visiblemente la voz.
—¿Tiempo, Ian? —exclamó Obama, volviéndose hacia su asesor.
—Sí, señor, tiempo —dijo el asesor, a quien el sudor empezó a perlar su frente. Con un movimiento involuntario se enjugó la frente y continuó: —Verá…, el general Stack A. Brown ya había hablado conmigo acerca del asunto y creo que comprenderá mejor su punto de vista si escucha lo que tiene que decirnos el doctor Playwithme.
—¿Don…? —inquirió Obama.
—Yo no conozco exactamente a qué se refieren Ian y el general con eso de ganar tiempo, señor presidente —dijo el doctor Playwithme —, pero infiero que tiene que ver con el hecho de que al parecer un científico mexicano ha descubierto la manera de detener y posteriormente revertir el avance del virus zombi.
—¿Un científico mexicano? —preguntó Obama, intrigado.
—Sí, su apellido es Chilinsky. Es un polaco que emigró a México en los años sesentas del siglo pasado y que posteriormente adoptó la nacionalidad mexicana. Durante muchos años fue ignorado por el círculo serio de científicos, no sólo de México, sino de todo el mundo. ¿La razón? El profesor Chilinsky se especializó en el estudio de los zombis, cuando todo el mundo sabía que eran criaturas de fantasía.
—¿Criaturas de fantasía, eh? —dijo con mofa el presidente Obama. —¿Esas criaturas fantásticas que actualmente asolan México y que es muy probable que muy pronto rebasen la frontera y empiecen a comerse a los americanos? ¡Vaya con el profesor, qué ingenuo!
El doctor Don Playwithme acusó el golpe de ironía y continuó: —Cuando se supo de la realidad de los zombis, nuestros científicos se dieron a la tarea de encontrar la manera de exterminarlos y no de encontrar una cura para el virus. Es por eso que el profesor Chilinsky se adelantó a los nuestros.
—¿Y qué tiene que ver eso con lo de ganar tiempo? —dijo el presidente Obama, mientras se preguntaba interiormente el por qué los científicos americanos que trabajaban junto al ejército siempre buscaban la manera más efectiva de destruir en vez de concentrar sus esfuerzos en prevenir o defender.
—La CIA está tras la pista del profesor Chilinsky, señor —dijo el general Stack A. Brown, quien se sintió aliviado al ver que volvían al tema sin que el presidente hubiera estallado. —Creen haberlo localizado, pero están intentando averiguar si alguien más se les adelantó, ya que hay algunos indicios de ello, señor.
—¿A qué se refiere con eso, Joe? —preguntó Obama.
—Según fuentes encubiertas, señor, ejem, hay individuos en el gobierno mexicano que están buscando desesperados al profesor Chilinsky, señor. Y esas mismas fuentes señalan que su propósito es asesinarlo, señor.
—¿Matarlo? —se asombró el presidente Obama. —Pero eso no tiene sentido. ¿Para qué querría alguien eliminar al científico que al parecer ha dado con la cura del virus?
—Eso no lo sabemos, señor —respondió el general.
—Lo quieren matar para poder invadir América.
Todos los presentes voltearon a ver al sheriff Arpaio, quien pronunció las últimas palabras con un tono fervoroso. Desde que había sido convocado a la reunión de emergencia por el general Stack A. Brown, el sheriff sabía que iba estar en desventaja. Todos en la reunión tenían un puesto que superaba en mucho al suyo propio, en prestigio e influencia.
Si había aceptado asistir, fue porque estaba de acuerdo con la idea del general Stack A. Brown de expulsar a los mexicanos. Odiaba a México y odiaba a los mexicanos.
—¿Invadir América? —exclamó el presidente Obama, que se preguntó por enésima vez por qué a alguien se le había ocurrido llevar a aquel idiota.
—Yo conozco a los mexicanos —dijo el sheriff Arpaio, saltándose el protocolo, como si estuviera al mismo nivel que el presidente Obama —, estuve trabajando unos años allá como agente de la DEA. Créanme, los mexicanos son lo peor que existe sobre la tierra. Ahora quieren aprovecharse de los zombis para atacarnos.
—Con todo respeto, sheriff —dijo Oscar Nié —, pero eso es lo más estúpido que he escuchado en mi vida.
—Estoy de acuerdo con eso, Oscar —afirmó el presidente. Luego hizo una breve pausa destinada a acomodar sus pensamientos y dijo: —Estamos perdiendo el tiempo en esta reunión. Hasta el momento no he escuchado sino desvaríos. Siento que no hemos podido establecer prioridades en estos momentos tan difíciles. Así que procedamos a desechar aquello que esté fuera de nuestro alcance. Empecemos con lo último que hemos tratado: la deportación masiva e inmediata de los indocumentados mexicanos. ¿Ann, qué nos puedes decir de ello?
—Que la deportación masiva es imposible, señor presidente —dijo Ann O. Wide con energía. —No sólo representaría casi una declaración de guerra, sino que carecemos de los recursos materiales para llevarla a cabo. Los republicanos estarían felices de llevar esa política de deportación hasta sus últimas consecuencias, pero fuera de los fanáticos del Tea Party, creo que ellos conocen realmente la imposibilidad de llevarla a cabo.
—Así que podemos descartar la deportación masiva de indocumentados —dijo el presidente Obama.
—Definitivamente, señor —replicó Ann O Wide.
—Lo que nos deja con la propuesta inicial del general —continuó Obama. —Hay que ver si es conveniente cumplir finalmente con nuestra amenaza y cerrar la frontera con México, al menos temporalmente, mientras pasa la emergencia. ¿Joe?
El general Stack A. Brown carraspeó antes de contestar: —Cerrar la frontera con México en toda su extensión no nos acarrearía demasiados problemas, señor. Actualmente contamos con miles de efectivos de la Guardia Nacional en la zona, a los que podríamos agregar al menos veinte mil efectivos de los recientemente desplazados de Irak y Afganistán, señor.
El presidente Barak Obama reflexionó sobre las palabras del general. Cerrar la frontera con México en toda su extensión llevaría a aumentar la presión internacional en contra de los Estados Unidos, cierto, pero tenía como atenuante en que ya se habían emitido amenazas de realizar esa acción. Las amenazas habían sido un farol, que hasta ese momento había funcionado. La falta de respuesta diplomática de parte de México así lo indicaba.
Por otro lado, negarse a cerrar la frontera podía llevar a los fanáticos a intentar realizar acciones tan absurdas como la de la deportación masiva de indocumentados. Así que cerrar la frontera era lo más indicado en ese momento. Sólo quedaba pendiente una cuestión. La de ganar tiempo. ¿Quién lo había mencionado? ¿Joe, Don, Ian?
—Creo que lo más indicado en este momento es seguir el consejo del general Stack A. Brown y cerrar la frontera con México —dijo el presidente Obama, dirigiéndose a todos los presentes en la reunión. —Por supuesto, tendría que ser por un tiempo breve. La simbiosis entre ambos países es muy fuerte. Debemos cerrar la frontera el tiempo suficiente para… ¿Alguno de los presentes me podría recordar para qué necesitamos ganar tiempo?
—Necesitamos ganar tiempo para localizar al profesor Chilinsky, señor presidente —respondió el doctor Don Playwithme.
—¡Ah, sí, el profesor Chilinsky! —exclamó Obama. —Me sigo preguntando el por qué alguien del gobierno mexicano querría matar al profesor.
—Porque los mexicanos son lo peor que hay en la tierra —dijo el sheriff Joe Arpaio del condado de Maricopa en Arizona, que le tenía un odio feroz a los mexicanos desde que una morena de ojos negros lo había despreciado, en el tiempo en que recorría las calles de México como agente de la DEA.




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