lunes

El informe Castello






Después de que tuvieron lugar los primeros ataques de zombis en abril de 2011, el contagio se extendió por el país como un incendio forestal. El problema empeoró cuando el gobierno de los Estados Unidos mandó un comunicado, exigiendo a sus ciudadanos que salieran de inmediato de México, ya que un nuevo brote de influenza amenazaba al país.
Las autoridades mexicanas, temiendo que se repitiera la psicosis del brote de influenza del tipo AH1N1, que golpeó fuertemente al país en 2009, se dedicaron por todos los medios a desviar la atención. No es que fuera la intención de las autoridades hacerlo, sino que fue la misma sociedad la que les obligó a ello.
En la memoria de muchos aún se conservaban las escenas de personas portando cubrebocas en las calles y centros de trabajo, el cierre de restaurantes, bares, cines y escuelas, la baja en el turismo y, sobre todo, la mala imagen de México que se dio en todo el mundo.
El sentir popular era que el brote de influenza AH1N1 de 2009 había tenido una reacción exagerada de parte de las autoridades y que todo el asunto no había sido más que un acto de corrupción de enorme magnitud.
Por ello las personas que no eran asesinadas por los zombis, y que por sus heridas se convertían en portadores del virus zombi (algo que se desconocía en esos momentos) fueron tratadas en un principio como si estuvieran atacados por el virus de la influenza.
Menos del 10% de los infectados fueron internados en clínicas o en hospitales, lo que contribuyó en gran manera a la expansión del virus. El resto, que se creía portador del virus de la influenza AH1N1, no abandonó sus actividades normales y fue a trabajar o al colegio, cubiertos tan sólo con un cubrebocas para, según ellos, no contagiar, algo que ha demostrado repetidas veces ser completamente inútil.
La causa de ésta indiferencia, además de la mala experiencia que se tuvo en el 2009, fue porque los síntomas de los virus AH1N1 y Zombi eran los mismos en su mayor parte: fiebre elevada, dolor de cuerpo, estornudos y tos, mismos que se presentaban durante los primeros tres días.
Sin embargo, al finalizar las setenta y dos horas, la influenza parecía abandonar al paciente por completo. Este dejaba de estornudar y toser y la fiebre disminuía (aunque quedaba cerca de un medio grado inferior a la temperatura normal), con lo cual se lo consideraba por completo curado.
Pronto las personas se dieron cuenta de que esto no era así. Quien superaba los síntomas de la “influenza” iniciaba un comportamiento singular: entraba a una especie de estado que sólo podía ser calificado como hipnótico.
Los infectados eran capaces de realizar todas sus tareas normales, pero su mirada se volvía ausente y su hablar mesurado, casi un susurro. Además, todos sus movimientos eran más lentos que lo normal y eran por completo sugestionables.
Obedecían casi cualquier orden que se les daba, aunque no todos los infectados mostraban la misma intensidad de sugestión. No se sabía el por qué, pero había algunos (que resultaron ser mayoría) que eran capaces de obedecer la orden más inverosímil que fuera —como imitar a una gallina o saltar de una azotea— en tanto otros no parecían capaces de acatar ninguna orden que no fuera pertinente.
Este aspecto de la enfermedad fue estudiado en profundidad por un grupo interdisciplinario de especialistas, en especial por psicólogos y sociólogos. A muchos les llamó la atención que ese grupo de especialistas, liderado por el eminente sociólogo Edmundo Castello, obtuviera un elevado financiamiento (casi tres millones de dólares) para el proyecto de forma casi inmediata y que el origen de dicho financiamiento no pudiera ser ubicado. Algunos rumoreaban que el dinero había provenido de un acaudalado empresario cuyo hijo primogénito fue infectado con el virus zombi. Sin embargo, nunca se supo la verdad. Por si fuera poco, los resultados del estudio nunca habían llegado a ser de dominio público.
Las etapas iniciales de la epidemia transcurrieron, así, en gran confusión, misma que fue exacerbada por el llamado de alerta del Gobierno de los Estados Unidos a sus ciudadanos. Se suspendieron todos los vuelos comerciales entre los dos países, así como el flujo de personas a los Estados Unidos. La frontera se militarizó en toda su extensión y los gringos amenazaron con cerrarla.
Por supuesto, esto causó una batalla diplomática entre los dos países. El resto del mundo criticó duramente a los Estados Unidos por tomar medidas tan draconianas pero, en un supremo ejemplo de hipocresía, también aislaron a México.
En el ambiente de histeria y nacionalismo que surgió, donde las protestas, lamentos y maldiciones para con los gringos alcanzaron dimensiones épicas, el contagio siguió su curso. La aparición de zombis era cada vez más común en toda la extensión del territorio nacional, aunque todavía no alcanzaban un número preocupante.
Para el mes de Julio de 2011, el número de zombis en México se calculaba en unos 80,000 y parecían concentrarse en la zona centro del país.
Sin embargo, dicha zona era la que albergaba al mayor número de infectados, que se calculaba en varios cientos de miles (aunque ya se hablaba de más de un millón de ellos), a los cuales empezó a llamárseles “ciudadanos” para diferenciarlos de los zombis completos.
Porque, según transcurría el tiempo, aquellos infectados iniciales mostraban cada vez mayores signos de zombificación: su andar se volvía más lento y errático, sus rostros mostraban señales de cicatrices que ellos mismos se infligían y su voz se iba perdiendo y daba lugar a una especie de gemido o gruñido apagado.
El profesor de origen polaco Chilinsky, exiliado en México desde 1968, fue uno de los primeros científicos en estudiar el brote del virus zombi. En base a los resultados de las pruebas preliminares, estableció que el virus, aunque tenía algunas características similares al de la influenza AH1N1, no era tal, sino una mutación de éste. Asimismo, argumentó que los infectados con este virus (al que llamó por primera vez “zombi”) enfrentaban un proceso de transformación irreversible, misma que los llevaría a convertirse en zombis en un período que fluctuaba entre los tres y los seis meses.
 La tesis del profesor Chilinsky fue duramente criticada, ya que nadie parecía querer aceptar que el destino de un infectado fuera tan atroz. Muchos preferían la muerte a convertirse en zombis. Por supuesto, los que pensaban de ésta última manera no habían sido infectados. Por otro lado, a todos los “ciudadanos”, su destino les era indiferente.
Otro aspecto del problema, el cual ocasionó acalorados debates, fue el de la cuestión ética. Todos estaban de acuerdo en que un zombi era un monstro que asesinaba sin piedad para alimentar un apetito insaciable. Sin embargo, algunos decían que, aunque monstruo, el zombi era un ser humano. Si había sido infectado por un virus eso había ocurrido en contra de su voluntad.
Y si esto era así, ¿los zombis no tenían derechos? La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, presionada por las instancias internacionales, consideró que sí: los zombis, aunque muertos vivientes, eran aún seres humanos. Y como tales deberían de ser respetados sus derechos individuales.
La CNDH y algunas de las Organizaciones No Gubernamentales (ONG’s) tomaron como suya la causa zombi. Declararon que los zombis, además de pertenecer a una minoría, eran seres humanos enfermos cuyos derechos debían ser respetados.
El congreso en su conjunto, tanto la cámara de diputados como la de senadores, enfrentados ante el fracaso para vencer la obstinación de los Estados Unidos de cerrar la frontera, vieron en “las leyes zombis” una oportunidad para hacerse ver como “progresistas” y defensores de los derechos humanos, además de una salida política para ganar tiempo y la simpatía de los demás países (en especial de los de la Unión Europea) para presionar a los Estados Unidos.
Así, a partir del día primero de junio de 2011, cuando entraron en vigor las Leyes Zombi, se consideró un delito el matar a un zombi. Estas leyes, aprobadas al vapor (en una olla exprés, según un editorial del periódico El Norte), contenían algunas recomendaciones para los ciudadanos, como las que se señalan a continuación: De enfrentarse a un ataque de un zombi, las víctimas debían de hacer todo lo posible por interponer la mayor distancia posible entre ellas y el zombi a fin de que éste no resultara lastimado. Se recomendaba correr o, en su caso, saltar de un lugar elevado. También, de ser posible, había que ofrecerle al zombi un sustituto de carne humana. Se recomendaban las entrañas de equino o en su defecto, pollo. Los ciudadanos debían de hacer todo lo que estuviera de su parte para no atraer la atención de algún zombi. Había que bañarse al menos dos veces diarias y utilizar desodorante, no salir de sus casas a menos de que fuera necesario y evitar caminar mientras se comía algún bocadillo o antojito.
Estas leyes tan absurdas —que parecían proteger a los zombis más que a las víctimas de éstos— les dieron a los mexicanos tres certezas: 1) Que los políticos mexicanos eran unos imbéciles totales, 2) que estaban indefensos y 3) que ya todo estaba perdido.
Por increíble que parezca, en ese estado de confusión y zozobra en el que estaba hundido el país, no todo el mundo lamentaba su suerte. Existía un reducido grupo de individuos que encontraron una ventaja en la tragedia que afligía a millones de mexicanos.
Ya tuvimos la oportunidad de conocerlos, aunque fuera de manera superficial, en la reunión de emergencia en la hacienda El mojón: eran algunos de los representantes furtivos de los partidos políticos y los medios de comunicación.
Este siniestro matrimonio, que tenía una larga historia en México, decidió “refrendar sus votos” y unir fuerzas para ver si podrían aprovechar de alguna manera el elevado nivel de sugestión que evidenciaban los infectados con el virus zombi.
Destinaron veinte millones de pesos para el financiamiento de un proyecto que sería conocido posteriormente como el informe Castello, del cual ya conocimos algunos pormenores, como el de que nunca llegó a ser de conocimiento público.
Sólo unos pocos conocían el informe Castello y sus conclusiones. Uno de estos pocos era Rolando Mota, que se hizo con una copia clandestina del informe, misma que estudió con detenimiento durante un fin de semana en su casa de campo en Valle de Bravo.
Después de leído el informe y sus conclusiones, Rolando Mota entendió hacia dónde iban dirigidos los esfuerzos de los partidos políticos y decidió no seguirles el juego. El lunes siguiente presentó su renuncia a continuarles prestando sus servicios como operador político.
Los hallazgos del equipo de especialistas que elaboraron el informe Castello eran realmente perturbadores. En primer término, estaba el hecho de que el grado de sugestión que mostraban los infectados variaba considerablemente de persona a persona, y que dicha variación estaba correlacionada con factores tan diversos como el nivel socioeconómico, la masa corporal, el entorno familiar y los rasgos de carácter individuales.
Así, las capas más bajas de la sociedad tendían a ser más sugestionables, lo cual estaba en concordancia con la teoría del sincretismo. Sin embargo, esto no quería decir que no existieran infectados con alto grado de sugestión en ambientes económicos más acomodados. Las clases media y alta no carecían de infectados, que mostraban también un alto grado de capacidad de sugestión.
Las cifras preliminares señalaban incluso que en los estratos más altos de ingresos existía la misma proporción de infectados que en estrato económico de pobreza extrema.
Esta paradoja podría explicarse, señalaban los investigadores, por la cantidad de variables que parecían influir en el grado de sugestión que mostraban los infectados. El nivel de masa corporal, la exposición a los medios de comunicación y la actividad propia de cada uno de los infectados podían en conjunto influir en el resultado.
Un dato curioso, por ejemplo, era el que señalaba que aquellos infectados que fumaban tenían menos probabilidades de tener un alto grado de sugestión. No se sabía si era la nicotina o algunos de los demás químicos que contenían los cigarrillos los que causaban este efecto o era el repetido ignorar (debido al grado de adicción) a las constantes advertencias sobre los peligros de fumar.
Sin embargo, aún ante esta avalancha de datos contradictorios, era posible establecer parámetros generales.
Así, el grueso de los infectados que eran altamente sugestionables se ubicaba en las clases bajas, media alta y alta; tendían a ser más urbanos que rurales y los rangos de edades de mayor susceptibilidad a la sugestión estaban eran entre los dieciocho y los sesenta y cuatro años.
La distribución también variaba de acuerdo a las zonas geográficas del país. Durante el primer mes del brote del virus zombi, en abril de 2011, el norte del país contabilizó el mayor número de ataques de zombis en tanto la proporción de infectados se mantenía baja.
En el centro del país, incluyendo la capital, la situación era la inversa: había pocos casos de ataques de zombis, pero el número de infectados se incrementaba rápidamente. El sur del país se mantenía relativamente libre de zombis e infectados, lo cual no dejaba de ser paradójico dado el alto grado de pobreza de los estados sureños.
El informe Castello también hacía mención de un aspecto quizá aún más perturbador que el grado de susceptibilidad a la sugestión de los infectados: la velocidad de transformación al estado zombi.
Así como casi desde un principio quedó claro que había algunas personas infectadas que eran más sugestionables que otras, también se observó que algunos infectados por el virus parecían avanzar más rápidamente que otros en su deterioro personal hasta convertirse finalmente en zombis. (En el informe Castello se tomaron en cuenta las conclusiones a las que había llegado el equipo de investigación del profesor Chilinsky, en las cuales se establecía que el proceso de transformación a zombi —irreversible en ese momento— fluctuaba entre los tres y los seis meses).
Algo que parecía influir en la aceleración de la transformación era el carácter individual de los infectados: si el carácter de la persona infectada era tranquilo, su nivel de sugestión era elevado y se mantenía por más tiempo en el estado conocido como “zombificación”. En cambio, si la persona infectada era violenta (o su carácter tendía hacia la violencia) su proceso de zombificación se aceleraba, sin que esto significara que dejaba de ser altamente sugestionable, aunque por un tiempo más corto.


Para quienes habían financiado el informe Castello, esto último no pareció interesarles mucho (lo que a la postre resultó su más grave error, que habría de costarles muy caro).
A ellos lo que les interesaba únicamente era atraer al mayor número de personas infectadas, fácilmente sugestionables, a fin de que ayudaran a sus respectivos candidatos a conseguir las gubernaturas que estaban próximas, para así allanar el camino hacia el premio máximo: la presidencia de la República.
Una vez que tuvieron los datos en su poder, su siguiente paso fue el de intentar encontrar la manera más efectiva de extender el contagio sin que fueran descubiertos. Necesitaban urgentemente reunir al mayor número de votantes en los cuales se pudiera influir.
Para ponerse de acuerdo e iniciar un plan de acción que los satisficiera a todos por igual, necesitaban reunirse de nuevo. Sin embargo, esta vez no era necesaria la ostentación de una enorme hacienda como la de El mojón.
Un elegante departamento de la colonia Polanco en el Distrito Federal fue suficiente para llevar a cabo la reunión, que tenía un carácter más íntimo. De los quince invitados anteriores a la hacienda El mojón sólo quedaron ocho: cuatro de ellos eran representantes de las principales fuerzas políticas del país, dos representaban a las televisoras y los dos restantes a la prensa escrita.
El que la reunión era secreta sólo podía sospecharse por el hecho de que los reunidos no se llamaban por sus nombres ni por sus apodos. No creían poder ser descubiertos, pero con tantas grabaciones ilegales que se filtraban por todos lados no podían estar seguros al cien por ciento.
—…Si partimos del hecho de que las Leyes Zombi se aprobaron a pesar de nuestra oposición, creo que nos merecemos al menos tener alguna ventaja inicial —comentaba uno de ellos mientras se preparaba un trago en el bar.
—No es necesaria ninguna ventaja inicial para nadie —respondió otro que estaba sentado cómodamente en un sillón bajo. —Lo que pasó en la elección del Estado de México, que no tiene caso discutir aquí, nos deja a todos en una situación de relativa igualdad. Algo así como un ante bellum.
—Él tiene razón —exclamó un tercero desde su posición junto a la puerta de cristal que daba al balcón. —Desde hace tiempo pactamos en que no recurriríamos a descalificaciones, trucos ni a antiguas enemistades. Cada uno de nosotros queremos que los candidatos de nuestros partidos ganen, pero eso no significa que perdamos nuestro tiempo y recursos en pleitos inútiles. Seamos civilizados al menos por esta ocasión tan especial. El informe Castello nos pertenece a todos por igual. Lo que cada uno haga por su lado representará la victoria… o la derrota definitiva.
Ante estas palabras, uno de ellos soltó la carcajada. Una vez que se calmó un poco les pidió disculpas a todos los presentes y dijo: —Si mi padre hubiera oído eso, de seguro se volvería a morir. Perdónenme una vez más, pero aún no puedo creer que todos ustedes estén hablando en forma “civilizada”. Estoy esperando el momento en que esto estalle como una bomba. Si no fuera por el hecho de que sé que lo que aquí se trata es muy secreto, les juro que me gustaría poder publicarlo.
Sus palabras tuvieron el efecto de contener los ánimos de los presentes. En realidad todos ellos eran conscientes de que se estaban acercando al punto de hacer “estallar la bomba”, como había dicho ese patán, que representaba los intereses de la prensa progresista.
Por supuesto, estar hablando como gente “civilizada” estaba dentro de los atributos naturales de todos ellos. Después de todo, eran políticos. Pero lo que ahora se estaba jugando era tan importante, que realmente resultaba difícil mantener el tono civilizado.
La elección de gobernador en el Estado de México, para la que todos se habían preparado desde hacía mucho tiempo, había resultado una dura prueba. Habían existido muchos roces entre ellos, y los acuerdos a los que habían llegado durante la reunión posterior a la de El mojón estuvieron a punto de romperse.
El triunfo del candidato… que nadie en la reunión quería traer a colación, les había demostrado a todos (ganadores y perdedores por igual) que ahora que los zombis entraban en la ecuación, la elección de gobernador del Estado de México no había resultado ser tan determinante para asegurar el triunfo en la próxima elección para la presidencia de la República: los dados aún no habían sido tirados.
Para todos los involucrados, la elección para gobernador del Estado de México sólo había sido  ante todo un entrenamiento con miras a realizar el experimento de ingeniería social más ambicioso que el mundo había visto desde los tiempos de Stalin y Mao.
Durante los meses de junio y julio 2011, las mentes de millones de mexicanos infectados habían sido manipuladas a través de la propaganda. El esfuerzo había valido la pena: prácticamente todos los que estaban inscritos en el padrón electoral fueron a emitir su voto.
Por supuesto, como ya se dijo, no todos quedaron satisfechos con el resultado. Sin embargo, los perdedores sabían que si lograban superar los errores cometidos, las cosas podían cambiar para ellos en julio de 2012.
Sólo una cosa inquietaba a algunos de los reunidos en el elegante departamento de Polanco: los ataques de zombis parecían haber crecido exponencialmente durante los dos meses previos a la elección, afectando el resultado final.
Y lo que era más grave: prácticamente todos los zombis habían surgido de las filas de las centrales de los sindicatos y otras organizaciones sociales y campesinas que en el pasado se habían caracterizado por las marchas, plantones y otras formas de protestas multitudinarias.
Lo cual llevaba a los presentes a preguntarse: ¿era esto parte del desarrollo natural de la propagación del virus zombi o alguien —quizá alguno de los presentes en la reunión—estaba alterando dicho desarrollo artificialmente?
Sin embargo, nadie quería ser el primero en acusar a los otros. Esto podía ser el fin de sus acuerdos. Así que preferían la alusión indirecta por medio del diálogo “civilizado”.
—Si no encontramos la manera de controlar los ataques de zombis, esto puede salírsenos de las manos —comentó  el tipo que se había preparado el trago. Lo hizo como de pasada, aparentando no darle ninguna importancia.
—A los zombis los tenemos controlados —exclamó uno de los reunidos con una gran seguridad. —¿Por qué crees que junto con la bancada de ustedes propusimos implementar las Leyes Zombi? Si podemos evitar que los individuos no infectados acaben con ellos, incluso los podemos utilizar como fuerza de presión.
—Con respecto al informe Castello… —lo interrumpió alguien que deseaba desviar la conversación hacia otros derroteros. Abriendo su portafolio, sacó unas delgadas carpetas que distribuyó entre los presentes. Luego tomó asiento ante una mesa, sobre la cual colocó la suya. Se caló unos lentes y, abriendo su carpeta, dijo: —La que tienen en sus manos es la última actualización del informe. Contiene datos específicos sobre la actual distribución de los Ciudadanos. Como pueden ver en las gráficas…
Durante los cuarenta minutos siguientes, el hombre estuvo repasando con los demás reunidos los puntos más importantes que se habían presentado en las últimas semanas.
El destino de México estaba en las manos de aquellos canallas.



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