lunes

Bailando con un zombi






Durante unos momentos el tiempo pareció congelarse. Nadie se movía, dando la impresión de que todos eran figuras de cera en un museo.
Finalmente, uno de los tipos que apuntaban a Isabela se acercó a Gloria y a Armando y recogió sus armas del suelo, en silencio.
—Bien hecho —dijo Anastasia, haciendo una breve pausa, como pensando qué decir a continuación. —Ahora que están aquí, queremos que nos entreguen el escapulario ese con la memoria USB con la cura para el virus zombi.
—Nunca —exclamó Gloria, furiosa.
—¿Nunca? —Anastasia enarcó sus lindas cejas. —Nunca es una palabra muy grave que no conviene usar. No tienen opción: o nos entregan el escapulario o matamos a Isabela.
—Queremos a Isabela y a su padre, el profesor Chilinsky —dijo Gloria.
—Me temo que eso no va a ser posible —respondió Anastasia.
—Entonces no hay trato —sentenció Gloria.
—¡No has entendido, estúpida! —exclamó Anastasia, echando chispas. —Les podemos ofrecer a Isabela, pero no al profesor Chilinsky.
—¿Por qué? —preguntó Armando, que hasta el momento se había limitado a observar la escena sin saber qué hacer.
Anastasia se volvió hacia Armando y su rostro se suavizó. Su tono de voz también perdió la aspereza que había utilizado con Gloria. —El profesor Chilinsky, en un intento de hacerse el mártir, se inoculó con el virus zombi. En estos momentos está convertido en zombi. Tuvimos que separar a Isabela de su padre, por su seguridad.
—¿Dónde está? —preguntó Armando, que se percató del cambio del tono de voz de  Anastasia (que de seguro debía de odiar a Gloria) y decidió aprovecharse de ello.
—Está encerrado cerca de aquí —respondió Anastasia, haciendo un gesto vago con la mano —. Ahora bien —continuó Anastasia —, si nos entregan el escapulario con la memoria USB les damos a Isabela.
Armando volteó a ver a Gloria, preguntándole con la mirada qué hacer. La noticia que el profesor Chilinsky era un zombi lo había sumido en el espanto.
—¿Para qué quieren la cura del virus zombi? —preguntó Gloria, también impresionada por el hecho.
—Eso no es asunto tuyo —respondió el hombre que les había abierto la puerta en la mansión. Hasta entonces había estado sentado en silencio en una silla en una equina apartada de la habitación. Mostraba un vendaje en una de sus piernas, por lo que Gloria supo que había sido él y no Anastasia el que había resultado herido en la sala.
—¡Por supuesto que sí! —respondió Gloria. —Nosotros tenemos la cura para el virus descubierta por el profesor Chilinsky, pero no nos pertenece. La pensamos entregar a las autoridades para que se produzca masivamente y así poder curar a todos los mexicanos infectados. Pero ustedes, ¿por qué la quieren? ¿Para qué?
—Como dijo Tim, eso no es asunto tuyo —dijo Anastasia. —Somos agentes de la CIA, que cumplen con sus órdenes emanadas de nuestro gobierno. Veo que eres una patriota, que busca el bien de su nación. Pues bien, nosotros también somos patriotas que cumplimos nuestro deber para con nuestra nación: América.
—América es un continente y no una nación —respondió Gloria, que sentía náuseas cada vez que hablaba con esa mujer. —México está en América y necesita la cura del virus zombi con urgencia. El país está al borde del caos.
—¡Entréganos ese escapulario ya! —gritó Anastasia, poniendo la pistola en la sien derecha de Isabela. Que sollozaba sobre la silla.
Gloria se quedó pasmada con la reacción de Anastasia. Esa mujer no admitía réplicas. ¿Qué podía hacer? —Pensó—. Armando y ella estaban desarmados y en desventaja numérica, y Anastasia era perfectamente capaz de cumplir con su amenaza.
—Dentro de mi mochila tengo el escapulario con la memoria USB —le dijo Gloria a Anastasia, en un tono glacial. —La voy a sacar y te la voy a entregar. Pero quiero que primero liberes a Isabela y luego nos dejes ir a Armando y a mí.
—En verdad que estás loca si crees que te voy a dejar que metas la mano en tu mochila —le dijo Anastasia, al tiempo que hacía una seña a uno de los hombres para que le quitara la mochila a Gloria. —He tenido tiempo de observarte los últimos días y debo decir que además de loca, eres muy peligrosa.
El hombre le quitó la mochila a Gloria y se agachó. Abrió el cierre y se puso a sacar su contenido. Sacó tres granadas, una bomba de humo, tres cajas de municiones, una cadena corta y gruesa, un cuchillo y un spray de gas pimienta. Finalmente alzó la mano sosteniendo el cordón negro del que pendía el escapulario.
Isabela casi se desmayó de la impresión al ver su escapulario. En cambio, los ojos de Anastasia brillaron de satisfacción. Había estado a punto de echar a perder toda la operación por un objeto tan corriente.
—Dame eso —le dijo a su compañero, estirando su mano libre y tomando el escapulario. Luego le dio la vuelta y se cercioró que la memoria USB se encontrara inserta.
—Nos vamos de aquí —anunció a continuación. —Tom, John… ustedes ayuden a Tim a bajar hasta el auto. Oliver, tú te encargas de vendarles los ojos a Isabela y Armando y llevarlos también al auto. Vamos a dejarlos por ahí libres, en alguna avenida.
—Pero, ¿y Gloria? —preguntó Armando, que vio acercarse a Oliver con una venda negra para cubrirle los ojos.
—Gloria se queda aquí un momento conmigo —respondió Anastasia con un tono de voz neutro, mirado fijamente a Gloria. —Tenemos un asunto que tratar. Luego yo los alcanzo en el auto.
—Pero… ¡Ese no fue el trato! Ya les entregamos la memoria USB —dijo Armando, al tiempo en que Oliver le ponía la venda sobre los ojos.
Tom, John y Tim salieron de la habitación mientras Oliver le ponía la venda a Isabela y la levantaba de la silla tomándola del brazo. Luego se acercó a Armando y también lo tomó del brazo, saliendo con ambos de la habitación.
Durante todo ese tiempo Gloria se había mantenido inmóvil, intentando pensar en algún plan que les permitiera salir de ahí una vez que Anastasia tuviera en su poder el escapulario con la memoria USB. La decisión de Anastasia de salir de ahí de inmediato la había tomado por sorpresa, ya que no esperaba que su huida fuera tan rápida.
Pero Gloria quedó aún más sorprendida cuando oyó a Anastasia decir que Isabela y Armando iban a ser liberados mientras que a ella, Gloria, la quería para sí. ¿Qué pretendía Anastasia?
Cuando todos hubieron salido de la habitación, Anastasia le hizo una seña a Gloria con la pistola para que se sentara en la silla donde estuvo Isabela. Gloria avanzó despacio hacia la silla, sintiéndose impotente, y se sentó.
Anastasia se acercó a Gloria y se puso a su espalda. Le colocó el cañón de la Luger en la sien izquierda a Gloria y se agachó hasta tocar con sus labios su oreja derecha.
—¿Sabes, Gloria? —le susurró Anastasia al oído con un tono sensual. —Me gustas. Mucho… Pero así como me gustas, te odio. Te odié desde el momento en que le atravesaste el cuello con la espada a ese policía. Y te odié todavía más, si cabe, cuando supe que me habías engañado al quitarme el escapulario con la memoria USB oculta.
—Yo no te engañé —dijo Gloria. Su voz le temblaba ligeramente. Las caricias que le hacía Anastasia con sus labios la confundían y no le dejaban pensar con claridad. —Si recuerdas, tú fuiste la que me dio el escapulario. Yo nunca te lo pedí.
—En eso tienes razón, fui una tonta —siguió susurrando Anastasia, pasando su lengua por la mejilla de Gloria, que se estremeció a pesar suyo. —Y por eso pedí que te dejaran aquí conmigo, para demostrarte que soy más lista que tú.
Anastasia cambió de posición. Deslizó pegado al cráneo el cañón del arma por la nuca de Gloria, hasta que éste quedó en su sien derecha, por lo cual quedaron frente a frente. Anastasia volvió a agacharse hasta que sus rostros quedaron a la misma altura, separados por sólo diez centímetros.
Gloria vio así de primera mano la hermosura de aquella mujer, en cuyos grandes ojos verdes podía observarse el profundo mar de la locura.
—¿Te gusta matar zombis? —le preguntó Anastasia a Gloria, incongruente.
—Sí —Respondió Gloria.
—¿Por qué? —le preguntó Anastasia, pasando suavemente su mano por la mejilla izquierda de Gloria.
—Porque es en defensa propia. Los zombis son seres malignos. Matan personas.
—¿Y no te gusta matar personas?
—No, a menos que sean como el cerdo comandante… o como tú —respondió Gloria, decidida a hacer reaccionar a Anastasia. Sus caricias la estremecían.
Pero al parecer Anastasia no la escuchó, ya que acercó sus labios a la boca de Gloria y la besó. Gloria quedó atrapada entre la amenaza del arma y la caricia del beso. Fue incapaz de reaccionar, de moverse, de pensar.
—Para demostrarte que soy más lista que tú y que a mí nadie me engaña —dijo Anastasia, levantándose —te dejaré que te las veas con un pequeño problema ético.
Sin dejar de apuntarle a Gloria, Anastasia se acercó a una puerta metálica que estaba en la pared derecha de la habitación y pulsó un botón que había al lado del marco.
Sonó una chicharra y la puerta se abrió con un chasquido.
—¡Entra! —le ordenó Anastasia a Gloria, amenazándola con su pistola.
Gloria se levantó despacio de la silla y se acercó a la puerta. Anastasia dio tres pasos atrás cuando Gloria pasó ante ella.
Cuando Gloria estaba a punto de atravesar el umbral de la puerta, Anastasia la empujó dentro y la cerró.
Luego salió de la habitación sin mirar atrás. Tenía prisa por llegar con sus compañeros, liberar a Isabela y a Armando y salir del país. Ya había cumplido su misión.


A Gloria la tomó por sorpresa el empujón de Anastasia, así que sólo tuvo una fracción de segundo para ver el sitio antes de que la puerta se cerrara: un cuarto grande, con cajas apiladas como fuera y con una silla pegada a la pared.
Gloria cayó violentamente en el piso y la oscuridad se hizo completa al cerrarse la puerta. No tuvo fuerzas para levantarse. Un sollozo de rabia e impotencia le atenazaba la garganta, dificultándole la respiración.
Permaneció acostada en el piso, que estaba frío, boca arriba, intentando recuperarse. Su pecho subía y bajaba con rapidez, por lo que se obligó a controlar su respiración. Poco a poco fue disminuyendo el ritmo. Aspiraba aire profundamente para luego soltarlo despacio.
Cuando sintió que ya respiraba casi normalmente, se sentó sobre el piso. Entonces se dio cuenta de que la oscuridad no era absoluta. Había una tenue línea de luz en la parte de arriba de la pared que tenía pegada una silla.
Gloria se levantó y se acercó a tientas hacia la luz. Chocó con su rodilla con la silla y utilizando el tacto se subió al asiento. No alcanzó a ver nada a través de la rendija por la que se filtraba la luz, así que se bajó de la silla y se sentó en ella.
Afortunadamente, no la habían despojado de todas sus armas. Aún tenía la espada samurái, además de algunas cosas en los bolsillos del pantalón.
¿Por qué a nadie se le había ocurrido registrarla?
Apenas iba Gloria a auto felicitarse por ser tan precavida, cuando un gruñido al fondo del cuarto le heló la sangre. El gruñido de un zombi en la oscuridad.
Instintivamente, Gloria saltó de la silla y su mano fue hasta la empuñadura de su espada samurái, que desenvainó. Gloria sostuvo la espada con las dos manos frente a sí, cuando su cerebro estalló por dentro al intuir quién era el zombi: el profesor Chilinsky.
Una oleada de pánico la invadió, pero pronto fue sustituida por la ira: así que esa era el “pequeño problema de ética” que había dicho la bruja de Anastasia. ¡Dios, cómo odiaba a esa mujer!
El zombi (¿el profesor Chilinsky?) se acercaba. Podía oír sus pies que se arrastraban por el suelo, inexorables.
De seguro la había olido u oído. Los zombis eran muertos vivientes que no tenían poderes especiales, salvo quizá una gran fuerza. Pero no podían ver en la oscuridad. Y tampoco pensaban: reaccionaban.
Si a Gloria la hubieran encerrado en ese mismo lugar con un zombi cualquiera, ella habría sabido defenderse. Sin embargo, el zombi que la amenazaba era alguien a quien conocía, si no personalmente, sí al menos por descripciones de otras personas.
Y todos habían descrito al profesor Chilinsky como un hombre sabio y laborioso, que había contribuido con sus conocimientos a hacer del mundo un lugar mejor.
Y ahora él era un zombi, que buscaba su alimento para saciar un hambre inconmensurable, que había olido, que había oído, que sabía de alguna manera que su alimento estaba ahí cerca, sollozando, temblando, incapaz de moverse.
Porque Gloria se debatía interiormente. No sabía cómo actuar. Recordó fugazmente la plática que había tenido con Armando días atrás, cuando éste le dijo que los zombis no eran más que seres humanos enfermos y ella le había respondido que los psicópatas asesinos también eran seres humanos enfermos a los que había que encerrar o eliminar.
¿Cómo se obtiene la capacidad de asesinar? ¿Se nace con ella o se aprende? Muchos dicen que esa capacidad surge de la pobreza y la desigualdad, pero las legiones de pobres que no son asesinos y aquellos que aún teniendo fortunas asesinan, desmienten esa hipótesis cargada de prejuicios.
El zombi Chilinsky se acercaba. En su ansia por alcanzar su alimento destrozó una caja que se interponía entre él y su víctima. El ruido de cristal haciéndose añicos en el suelo le dijo a Gloria que las cajas contenían objetos de vidrio.
El profesor zombi continuó avanzando, destrozando a su paso aquellos objetos molestos que se interponían en su camino. El ruido de cristales rotos se intensificó.
Gloria se corrió a su derecha, alejándose de aquella oscuridad que se hacía añicos sobre el suelo. Tropezó con algo y cayó de costado, golpeándose la cabeza. Sintió que la oscuridad se encendía en un resplandor opaco y que el aire abandonaba su cuerpo.
Durante unos angustiosos segundos Gloria se vio envuelta en un torbellino de confusión. Era como si un gigantesco ser hecho de sombra la hubiera apresado entre sus titánicas manos y le hiciera dar vueltas, vueltas, vueltas.
Un choque eléctrico que recorrió su cuerpo desde su pie izquierdo hasta su cerebro a la velocidad del pánico la hizo reaccionar y levantarse de un salto, logrando liberar su pie de las manos del profesor zombi, que por fin la había alcanzado.
Gloria se adelantó como pudo, gateando, sin saber a dónde se dirigía. Sintió sobre su frente la sangre que le escurría y se dio cuenta de que había perdido su tenis izquierdo.
La punta de su espada chocó con algo, quizá la pared. Gloria se dijo que era imprescindible que pudiera ver. Así que se sentó en el suelo y empezó a buscar frenéticamente su encendedor en los bolsillos del pantalón.
Por fin lo localizó en uno de los bolsillos y lo encendió. Lo que vio a la mortecina luz del encendedor la dejó helada. Al fondo del cuarto, tras una pila de cajas, el profesor zombi tenía su tenis en la mano. Lo veía como si tratara de saber qué era o por qué no había comida pegada a éste.
La mitad del piso estaba lleno de astillas de madera y cristales rotos. El profesor zombi volteó a ver hacia la luz del encendedor. Su cara se había contorsionado y presentaba algunas cicatrices auto infligidas. Avanzó hacia Gloria con una mirada sicótica en los ojos.
El tenis de Gloria, al caer de las manos del profesor zombi, fue el que la hizo reaccionar. Apagó el encendedor y echó a correr hacia la esquina opuesta por la que avanzaba su atacante.
Gloria soltó un grito de dolor al pisar un vidrio roto con su pie descalzo. También oyó cómo el profesor zombi destrozaba otra de las cajas y el ruido de la madera y el vidrio al caer sobre el piso.
Gloria chocó contra la silla. Se sentó en ésta y se quitó un gran trozo de vidrio del talón, ahogando un grito de dolor y el pánico, al sentir cómo brotaba la sangre. Luego se puso a buscar en sus bolsillos del pantalón algo que pudiera ayudarle. En esos momentos no recordaba qué había guardado en sus bolsillos.
Con su mano tocó un pequeño cilindro de aluminio que estaba guardado en un bolsillo a la altura de su muslo derecho. ¿Qué era eso? Entonces se acordó: era un cilindro de gas butano para rellenar su encendedor.
Un ruido de arrastre y vidrios rotos le indicó que el profesor zombi se aproximaba, así que saltó de la silla, cojeando de su pierna izquierda.
Gloria no sabía por qué, pero se resistía a matar al profesor Chilinsky ahora que era un zombi. Para ella, eso sería como haber matado a Luis Pasteur sólo porque éste hubiera contraído la rabia. Pero también estaba su supervivencia y Gloria no dudaba en que llegado el momento optaría por la suya propia.
Debía hacer algo ya. No podía seguir con esa demencial danza en la oscuridad, manteniéndose perpetuamente alejada del profesor zombi.
Gloria aprovechó el ruido que hacía el profesor zombi al avanzar para establecer su posición. Calculó que tendría unos veinte segundos antes de que fuera alcanzada, lo cual era un tiempo muy corto para planear algo.
Así que decidió distraer al profesor zombi. Saltando en un pie, alcanzó el extremo más alejado al profesor zombi y se agachó, palpando el piso con las manos, cuidando de no cortarse.
Al poco, encontró lo que buscaba: las virutas de madera que protegían los objetos de cristal en las cajas. Acumuló un puñado y se fue saltando, alejándose veinte segundos de su perseguidor.
Volvió a encontrar la silla y decidió que ahí iba a hacer su diversión. Puso las virutas sobre el asiento de la silla y las prendió con el encendedor.
Como el ambiente dentro del cuarto era muy seco, las virutas encendieron rápidamente. Una llama brotó, iluminando por primera vez el cuarto. Gloria se echó hacia atrás y se alejó lo más posible de la silla.
El profesor zombi quedó como fascinado por el espectáculo. Al igual que con el tenis de Gloria, el fuego intentaba abrirse paso a la comprensión en su cerebro infectado.
Gloria aprovechó la que quizá fuera su última oportunidad. Con un estremecimiento observó el reguero de sangre que había dejado en el piso cubierto de vidrios y astillas de madera y se dedicó a intentar encontrar algún punto débil en la estructura del cuarto.
En la pared contraria a la puerta había una especie de trampilla de acero a un metro del suelo que comunicaba con otra habitación. Esa debía de ser la habitación que tenía la puerta cerrada que habían visto ella y Armando cuando subieron al segundo nivel de la bodega.
La trampilla era estrecha, pero Gloria consideró que ella era lo suficientemente delgada para atravesarla. El problema era que la trampilla estaba sellada con una especie de masilla endurecida. Sólo uno de sus extremos mostraba una abertura, por la que entraba un aire gélido.
Gloria metió la hoja de su espada en la abertura e hizo palanca. La trampilla se abrió un poco, pero la masilla adherida al marco le impedía abrirse más.
El profesor zombi pareció estar perdiendo la atención del fuego sobre la silla, que empezaba a extinguirse. Gloria envainó la espada. Con la mano izquierda sostuvo el cilindro de gas butano y presionó con el dedo la punta de plástico, por lo que el gas a presión empezó a salir con un siseo, y con su mano derecha accionó su encendedor.
Una violenta llama escapó del cilindro y Gloria la dirigió hacia las orillas de la trampilla, esperando que el fuego tuviera algún efecto sobre la masilla.
Tuvo que voltear la cara, ya que la llama era muy intensa en aquella oscuridad, y alcanzó a ver que el profesor zombi volteaba hacia ella. “¡Vamos, vamos!” pensaba Gloria mientras veía con horror que el profesor zombi empezaba a moverse.
Tenía veinte segundos antes de que él la alcanzara. Para colmo, la sangre de su herida en la frente cayó sobre su ojo derecho, encegueciéndoselo. Tenía las dos manos ocupadas y no podía limpiarse.
En ese momento oyó cómo la masilla estallaba por efecto del calor. Así que dejó caer el cilindro y se fue saltando en un pie al extremo opuesto del cuarto, que quedó oscuro de nuevo.
Gloria se quedó quieta al tiempo en que se aseguraba que el profesor zombi cambiaba el rumbo y se dirigía de nuevo hacia ella. Entonces se preparó para su escape: se limpió la sangre del ojo y levantó su encendedor. Esperaría a que el profesor zombi estuviera a pocos pasos de ella, le sacaría la vuelta, prendería el encendedor e intentaría atravesar la trampilla.
Gloria esperó en la oscuridad a que su atacante se acercara. Sentía la garganta seca y tenía ganas de llorar. Le entristecía el hecho de que el profesor zombi no se diera cuenta de cuánto estaba haciendo Gloria por él, que no supiera cuánto esfuerzo le estaba costando a ella el estar comportándose como una víctima.
Cuando casi sintió el aliento del profesor zombi frente a ella, Gloria se puso en movimiento. Efectuó un rodeo en semicírculo al tiempo en que prendía el encendedor.
Llegó saltando hasta la trampilla y la empujó con su mano libre.
La trampilla cayó hacia el otro cuarto y una ráfaga de aire helado golpeó su rostro.  Gloria tomó impulso y se lanzó de frente por la abertura. Alcanzó a atravesar la cabeza y el torso, pero con las caderas se tuvo que rotar, quedando de espaldas a la habitación desconocida.
En eso sintió que el profesor zombi le rozaba la punta de su pie herido, así que se dejó caer.
Gloria cayó violentamente en la habitación desconocida, perdiendo de nuevo todo el aire de sus pulmones. Así que estuvo tirada en el suelo durante un buen rato hasta que su respiración volvió a su normalidad.
Esta vez tardó más en recuperarse, no sólo por sus recientes heridas, sino porque ahí adentro estaba helado. Gloria podía oír cómo el profesor zombi intentaba pasar no sólo el brazo, sino el resto de su cuerpo por la trampilla. 




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