lunes

El quinto poder






El inspector Palomino Estrada miraba los objetos que el Servicio Médico Forense había dejado sobre su escritorio: dos espadas samuráis, tres machetes manchados de sangre y tejidos viscosos, dos hachas y cinco mochilas de tela desgarradas, también manchadas de sangre.
Con un suspiro, tomó asiento en su sillón de cuero. Sacó un cigarrillo de un arrugado paquete y lo encendió, sabiendo de antemano que eso podría acarrearle una sanción administrativa. El fumar se había vuelto pecado y decían que era tan peligroso como besar a un zombi.
Aquella mañana había asistido con su equipo de colaboradores al lugar donde se habían recolectado esos objetos que tenía sobre el escritorio.
Con los primeros rayos de sol pudo verse en toda su crudeza el horror que había tenido lugar durante la noche en la esquina de las calles 20 de noviembre y Constitución: los cadáveres de 19 zombis decapitados y ocho personas, a los que les habían comido las entrañas, yacían en el suelo como si fueran modelos posando para un cuadro de Goya.
Los habitantes del lugar se toparon con el macabro espectáculo cuando se dirigían a realizar sus labores cotidianas. Un grupo de limpieza del Gobierno del Distrito Federal compuesto por trabajadores de limpia y personal del Servicio Médico Forense se encargaba de recoger los cuerpos.
Los cadáveres de los zombis y sus miembros mutilados eran arrojados a un contenedor especial por miembros del equipo de limpia. El contenido del camión era llevado directamente a una instalación sanitaria en donde los cadáveres eran incinerados en unos hornos modificados de circuito cerrado, en los cuales el humo de la combustión se atrapaba y pasaba por una serie de filtros antes de ser arrojados a la atmósfera.
 El equipo forense se ocupaba de los cuerpos de las ocho personas fallecidas. Les tomaban fotografías y se levantaba un inventario de los objetos que pudieron haberles pertenecido en vida. Luego colocaban los cuerpos en unas bolsas de plástico y los llevaban en una ambulancia hasta una morgue en donde les realizaban las necropsias.
Los datos que se obtenían ingresaban a un centro de procesamiento. Esperaban poder obtener información relevante que llevara posteriormente a descubrir una cura para los zombis.
Una vez que los cadáveres de las personas muertas por zombis hubieran sido estudiados, se les llevaba también al crematorio especial. Ya eran muy pocos que reclamaban el cadáver de un ser querido para darle sepultura.
La escena de la carnicería también recibió la visita de la prensa. Un reportero y un fotógrafo se dedicaron a tomar algunas fotografías y a levantar testimonios de curiosos. No obtuvieron gran cosa: las imágenes de matanzas que involucraban zombis se habían convertido en algo tan común, que ya no se consideraba noticia importante. Además, los comentarios de los curiosos se limitaban a expresar reacciones que carecían de impacto mediático.
El inspector tomó una de las espadas samurái del escritorio y la estudió con detenimiento. Se sorprendió que el grupo de gente que había sido atacado en la noche no hubiera acabado con todos los zombis, con esas magníficas espadas. Intuyó que los zombis debieron superarlos con mucho en capacidad numérica. Lástima. Por otro lado, ¿dónde habían conseguido esas espadas tan raras?
Arrojando una nube de humo, el inspector Estrada volvió a dejar la espada samurái sobre la mesa y procedió a inspeccionar las mochilas. Ahora todo el mundo cargaba mochilas. Bueno, al menos todos los que aún se defendían de los zombis. Él mismo había tomado la costumbre y nunca salía a la calle sin llevarla.
Todas las mochilas contenían más o menos lo que él acostumbraba a cargar: una linterna con pilas, botellas de agua, un mapa de la ciudad, paquetes de galletas saladas o carne seca, cuchillos, algunos implementos de primeros auxilios.
Sólo una de las mochilas contenía algo más que algunos de estos objetos comunes a todas: varias carpetas encuadernadas en cuero. Tenían el monograma RM y su propietario debió de ser o alguien muy rico o alguien muy quisquilloso.
El inspector Estrada hojeó rápidamente el contenido de las carpetas. Se trataba de una especie de apuntes personales, recortes de periódicos y blogs, así como una serie de gráficas y cifras sin sentido en una de las carpetas.
Las carpetas pertenecieron en vida a un tal Rolando Mota. Al inspector Estrada el nombre le sonaba, aunque por más esfuerzos que hacía no lograba ubicarlo.
Como no tenía Internet, recurrió a su centro de datos infalible: el siempre servicial Memo. Levantó el auricular para comunicarse por el interfono, pero a mitad de camino recordó que no tenían línea en la comisaría. Con una maldición estrelló el auricular en el aparato y, tomando aire, gritó—: ¡Lupita, búsqueme a Memo. Dígale que venga a mi oficina, de inmediato!
El inspector Estrada oyó cómo su secretaria se levantaba para ir a cumplir con el encargo. Como sabía que le iba a llevar un buen rato (la pobre de Lupita había aplazado su jubilación en dos ocasiones y era más fácil encontrar la felicidad que a Memo) cogió una de las carpetas y se puso a leerla.
Las primeras páginas eran una especie de ensayo en el que Rolando Mota comparaba la invasión zombi actual con la guerra contra los cárteles de la droga de los últimos años. Según afirmaba, podían encontrarse paralelismos inquietantes entre ambos fenómenos.
Por ejemplo, estaba la indefensión de la sociedad civil. Ya fueran narcos o zombis, los ciudadanos comunes estaban por completo indefensos ante los ataques. Por una parte, no se les permitía poseer y portar armas, lo cual ocasionaba que fueran víctimas fáciles y que los asesinos fueran los que ponían las reglas, ya que contaban con toda la fuerza de su parte. Por otro lado, no recibían ayuda de las autoridades, ya fuera porque habían sido rebasadas por el crimen organizado, ya porque las corporaciones policíacas habían sido infiltradas, corrompidas o contaminadas.
Rolando Mota también sacaba a relucir la similitud de la reacción de los medios de comunicación ante los ataques. Tanto al inicio de la escalada de violencia del narcotráfico como de la invasión de los zombis, los medios habían presentado fotografías, videos o artículos que arrojaban a la cara del público imágenes y reportajes que anteriormente estaban relegados a periódicos de nota roja. La violencia tiene un feo rostro, pero vende.
También se llevaba un recuento de las ejecuciones del narco o de los asesinatos de los zombis. La excusa para presentar esos macabros conteos era el presentar a la ciudadanía una “realidad” a la que tenía derecho y presionar de ésta manera a las autoridades para que tomaran medidas al respecto.
El problema con este tipo de exposición descarada se vio por primera vez durante la guerra contra el narco. El crimen organizado se había fortalecido tanto, que eran sus integrantes los que establecían las reglas. Utilizaban los sobornos o la intimidación con los reporteros de los medios a fin de que publicaran los desmanes de sus rivales o dejaran de publicar los suyos propios.
Los medios se vieron así envueltos en víctimas del fuego mediático cruzado de bandas rivales del crimen organizado. Fue tanta la confusión, que uno de los principales diarios de Ciudad Juárez había presentado un editorial preguntando al crimen organizado qué querían que publicaran.
El inspector Estrada recordó claramente ese episodio, ya que durante esos meses de 2010 estuvo asignado en misión especial precisamente en Ciudad Juárez. Abriendo un cajón de su escritorio, sacó unas hojas que contenían un artículo de un blog satírico llamado El Guajolote que lo había divertido bastante (al grado que había guardado una copia) y lo leyó:
Lo que el crimen organizado quiere
EL GUAJOLOTE/REDACCIÓN
Ciudad Juárez, Chihuahua (27 de Septiembre 2010).- En uno de esos giros del destino que hace del periodismo un oficio de valientes, nuestro compañero Prosapio Ulloa se topó por casualidad con uno de los personajes clave del crimen organizado de esta ciudad mientras se tomaba un tepache en el bar La casa de seguridad, ubicado en la esquina de las calles México lindo y Seguro de la colonia La ilusión.
Por el sencillo expediente de cederle sus botas, su cartera y su iPhone, nuestro compañero se ganó la confianza del “Chancro” (por cuestiones de seguridad se utiliza un alias de su alias verdadero) y le preguntó acerca del angustioso llamado que lanzó en días pasados El Diario de Juárez acerca de lo que el crimen organizado quería y lo que no quería que se publicara.
A continuación, presentamos la entrevista (bueno, la parte de la entrevista que podemos publicar) que tuvo lugar en La casa de seguridad:
Prosapio Ulloa: ¿Qué quiere el crimen organizado que se publique?
Chancro: Antes de responder a eso, sería bueno que los medios nos dejaran de llamar crimen organizado.
P.U: ¿Y cómo quieren que les digamos?
Ch: Preferimos que nos llamen comercio informal. Movemos mucha mercancía y, aunque no pagamos impuestos, los cobramos a otros. Además, eso de organizado no es verdad. Si estuviéramos organizados no nos estaríamos partiendo la madre entre todos y ya nos hubiéramos repartido las plazas… ¡Organizados los diputados y senadores! Esos cabrones sí que están bien organizados.
P.U: ¿Entonces dice usted que el poder legislativo es el crimen organizado?
Ch: ¡Pos’ claro! En la última reunión que tuvimos nos hicieron ver la toma de protesta del diputado Godoy ese, para que aprendiéramos como se hacen las cosas, sin violencia. Fue toda una lección de cómo robar y hacer lo que se te pegue la gana sin que te puedan tocar. ¿No viste cómo le aplaudió la tribuna al pelado ese Godoy?
P.U: Está aceptando entonces que ustedes los comerciantes informales usan la violencia.
Ch: ¡No me cambie las palabras de la boca! Nosotros no somos violentos. Lo que pasa es que los demás son demasiado blandos. O tercos. O blandos y tercos.
P.U. Bueno, con respecto a lo que no quieren que se publique
Ch: Para empezar nos gustaría que dejaran de hablar de “ejecutados”. Los del comercio informal no ejecutamos gente: cobramos deudas, competimos con otros comerciantes y así, pero no ejecutamos.
P.U: ¡Pero si a cada rato aparecen cuerpos acribillados, mutilados o colgados de puentes!
Ch: Pues es que eso del calentamiento global está muy grueso.
P.U: ¡¿Quiere decir que el calentamiento global es el culpable?!
Ch: Pos’ claro. ¿No publican ustedes a cada rato que cayó una lluvia de plomo? ¿Que la plaza está caliente? Está muy contaminado el aire y las maquiladoras tienen la culpa. Esas son las que fomentan el calentamiento global que tanto daño hace.
P.U: ¿Y los colgados de los puentes?
Ch: Bueno, eso es porque la mayoría de nuestros rivales comerciantes no saben leer. Pone uno mantas y luego luego las quitan. Por eso los mensajes tienen que ser un poco más crudos, para que entiendan.
P.U: Pero…
Ch: Además, con eso de los “ejecutados” la gente con lana se está yendo para el otro lado, y ya no queda mucho de donde sacar. Así que deberían ustedes de dejar de publicar cada vez que alguien se muere por causas naturales (como el exceso de plomo en el cuerpo) y enfocarse en el calentamiento global.
P.U: ¿Y qué más?
Ch: Podrían escribir “horóscopo” en vez de “zodiaco”. Y también evitar hablar de Valle de Zaragoza o de cualquier otro municipio que empiece con zeta.
P.U: ¿Y eso por qué?
Ch: Pues porque esa letra sólo trae problemas al estado. Por eso.
P.U. Si eso es de lo que no podemos escribir, ¿de qué entonces?
Ch: Pues pueden escribir de lo que quieran, siempre que no trate de ejecutados, levantados, extorsionados, secuestrados, encajuelados, colgados, mutilados… Ahora que lo pienso, todo lo que acabe en “ados”.
P.U: ¡Ah, chingados!
Ch: Eso sí.
P.U: ¿Qué?
Ch: Chingados.
P.U: Pero eso no lo podemos publicar. Es una mala palabra.
Ch: Pues entonces escriban del calentamiento global.
P.U: Eso ya lo dijo.
Ch: ¿Entonces?
P.U: ¿Me podrían regresar mis botas? Ya me dio frío en los pies.
Hasta aquí con la entrevista de Prosapio Ulloa y el Chancro. En un acto de valentía (como lo comentamos en un inicio) nuestro compañero llegó descalzo y caminando muy raro hasta la redacción de este blog y nos entregó el material que aquí transcribimos, antes de llamar a una ambulancia para que le extrajeran su iPhone de ahí donde ya se imaginan.
Con este acto de valentía, Prosapio Ulloa nos ha demostrado que lleva muy puesta la camiseta de El Guajolote. Un blog que no se va amilanar con las amenazas del comercio informal y que va a atacar al calentamiento global hasta sus últimas consecuencias. Caiga quien caiga.

Cuando terminó de leer el artículo, el inspector Estrada ya no lo encontró tan divertido esta vez. Así que abrió de nuevo el cajón y lo dejó ahí. Luego sacó otro cigarrillo y continuó leyendo lo escrito por Rolando Mota.
Éste señalaba que el resultado involuntario del acercamiento agresivo de los medios (exponiendo a la gente a visiones de pesadilla, llevando la cuenta de los muertos) fue el hastío de la sociedad. En el punto más alto de la violencia del narco, que se dio en el segundo semestre de 2010, la gente estaba tan acostumbrada a las imágenes sangrientas que ya no era capaz de advertir la diferencia entre 28,000 y 30,000 muertos, como si esa diferencia de 2,000 sólo representara un número y no seres humanos.
Otro de los efectos perniciosos de la cobertura mediática que se presentaron durante la llamada guerra contra el narco fue el de la distorsión de la realidad. Las personas leían en el periódico acerca de una balacera que había tenido lugar a mediodía en pleno centro de la ciudad y, sin embargo, la mayoría habían tenido un día por completo normal.
La existencia se convirtió en una especie de lotería macabra, donde lo más deseado era no estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. La cohesión social se pulverizaba: ya cada quién se cuidaba de sí mismo.
El inspector Estrada no podía estar más de acuerdo con eso. Recordó cómo esa misma mañana la gente había reaccionado ante la carnicería: con una palpable indiferencia. ¿Qué les importaban a ellos esos cadáveres de zombis y personas si no eran más que estadísticas? Aunque conservaran aún la capacidad de horrorizarse, de seguro se alegraban de no haber sido ellos a los que les había tocado morir.  
—¿Me buscaba, jefe?
El inspector Estrada dio un respingo al ver aparecer a Memo en su despacho. Dejó a un lado la carpeta y le indicó a Memo que se sentara.
Memo era un muchacho de diecisiete años. Hacía las funciones de mensajero dentro de la comisaría, pero su mayor deseo era convertirse en detective. Entre sus habilidades más destacadas se encontraban el de pasar desapercibido y el tener una memoria prodigiosa. Además, era muy curioso. Sabía de todo un poco y el inspector Estrada lo tenía en gran estima, aunque a veces lo desesperaba. Sin embargo, no dudaba que algún día se convertiría en un detective, de los buenos.
—¿Qué sabes de un tal Rolando Mota? —le preguntó el inspector Estrada a Memo a bocajarro, sin intercambiar ningún saludo.
—¿Rolando Mota? Déjeme ver… —Memo volteó los ojos al techo, como si estuviera pensando—. Hay un Rolando Mota que es operador político. Toda una fichita, el hombre. Trabajaba para todos los partidos políticos. Al mismo tiempo.
—¿Y tú cómo lo sabes? —preguntó el inspector, envidiando la memoria del joven.
—Desapareció allá por el mes de abril pasado, después de haber renunciado ante sus patrones a seguir con la campaña para la elección en el Estado de México, ¿no se acuerda? Lo anduvimos buscando.
El inspector Estrada se acordó entonces. Por eso le sonaba el nombre. Lo habían buscado durante casi tres meses, sin encontrarlo.
—Pues ya apareció —dijo el inspector Estrada.
—¿Ah, sí? ¿Dónde? —se interesó Memo.
—En una esquina no muy lejos del Zócalo. Muerto. Devorado por zombis.
El rostro de Memo se ensombreció. El inspector Estrada sabía que su respuesta había sido muy dura. Pero si aquél muchacho esperaba convertirse en un detective, era hora que fuera aprendiendo que el mundo no sólo era cruel, sino una mierda.
—Puedes retirarte, Memo. Muchas gracias por la información.
Memo se levantó de la silla y salió de la oficina. El inspector Estrada tomó otra carpeta y se dispuso a leerla. Esta llevaba como título “Las oportunidades políticas de los zombis”.
Conforme avanzaba en la lectura, el inspector Estrada empezó a sentirse enfermo. Si realmente era cierto lo que Rolando Mota había escrito (y no había por qué dudarlo, puesto que los apuntes eran personales) ahora entendía el por qué un operador político tan importante como él había renunciado a la que hasta entonces era su forma de vida.
Rolando escribió en sus apuntes que los partidos políticos fueron los primeros en ver una oportunidad de ganancia con la llegada de los zombis. Si sólo se hubiera tratado de monstruos, los partidos políticos quizá hubieran actuado de manera racional, pero el hecho de que únicamente los heridos por zombis se convertían en éstos últimos a partir de las 72 horas fue lo que marcó la diferencia.
Porque los infectados de forma indirecta (que no habían tenido contacto con zombis) incubaban el virus, que tardaba en desarrollarse de tres a seis meses, y quedaban en un estado prácticamente hipnótico, siendo muchos de ellos altamente sugestionables.
Y los partidos políticos querían aprovechar eso para sus fines electorales. Sobre todo, querían ampliar su influencia sobre la clase media, donde estaban los individuos más independientes del espectro político y quiénes eran los que realmente imponían a los gobernantes.
Después de setenta años de gobierno revolucionario, con su mítica proletaria y su aborrecimiento hacia el rico, casi la totalidad de los mexicanos creían que su país era mayoritariamente pobre y brutalmente desigual. Sabían del abismo que separaba a los pobres de los ricos, pero ignoraban que ese abismo cada año estaba siendo llenado con las familias de clase media. Y también el que había sido esa clase media la que había llevado al poder a Felipe Calderón.
Por eso era indispensable aprovechar el inesperado regalo que representaba el inesperado brote del virus zombi. Los partidos políticos influirían sobre los sugestionables infectados para lograr alcanzar el poder.
Rolando Mota también consignaba que oscuros operadores de los partidos políticos planeaban financiar un estudio para conocer de primera mano las posibilidades que ofrecía el estado “hipnótico” que afectaba a la mayoría de los infectados y esperaban hacer mancuerna con los medios de comunicación, que serían el medio ideal para lograr su cometido.
Ya existía un plan anterior para llevar al triunfo a sus respectivos candidatos, pero no era tan efectivo como con la llegada del virus zombi.
Para terminar, Rolando Mota esbozaba el posible plan que elucubrarían los partidos políticos en los próximos meses y mostraba preocupación por dos de los principales actores políticos, que se preguntaban si sería posible utilizar a los zombis como medio de presión.
Con esta lectura, el inspector Estrada entendió mucho de lo que estaba pasando actualmente. Y llegó a una conclusión: México tenía sus días contados.



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