lunes

El origen






En una noche sin luna de abril 2011, un convoy de seis camionetas blindadas atraviesa un camino rural en la zona conocida como Los Altos de Jalisco.
En México, al igual que en otras zonas del mundo donde el estado de derecho brilla por su ausencia, un convoy de vehículos blindados es el mejor camuflaje posible, ya que, como el nuevo traje del emperador del cuento, sólo los tontos lo ven.
Nada detuvo o retrasó el convoy de las camionetas hasta que se detuvieron delante de una enorme hacienda llamada El mojón. El edificio principal estaba rodeado por un muro de cuatro metros de altura y cincuenta centímetros de espesor.
Al igual que el convoy de camionetas, El mojón era ignorado por todos los lugareños, que ni siquiera volvían la vista cuando atravesaban el camino de acceso, el cual era custodiado por cinco sujetos fuertemente armados.
Las puertas de las camionetas se abrieron y ocho hombres descendieron de ellas. Entraron a la hacienda sin ser molestados por los guardias o siquiera intercambiar un saludo o algún gesto con ellos. Era la cuarta reunión en tres años a la que asistían y ya no era necesario confirmar identidades.
Sin embargo, en esta ocasión no dejaba de sentirse un ambiente cargado de tensión que no se había presentado antes. La causa principal era que la presente reunión había sido convocada con carácter de urgente. Algo muy grave debía de haber pasado.
Las reuniones en El mojón se habían iniciado tres años atrás, en 2008, antes de que empezara realmente la escalada de violencia relacionada con el narcotráfico. A ellas asistían representantes de los tres poderes que se habían adueñado del país: político, mediático y narco.
El propósito de las reuniones era el de establecer límites de acción al crimen organizado. De esta manera, se mantenía al  país en tensión —a fin de obtener concesiones para implementar ciertas acciones que favorecían los intereses particulares de cada bando— sin caer en el caos.
Por supuesto, no todos los políticos, comunicadores y narcos mexicanos estaban representados en El mojón. Muchos de los integrantes de esos tres poderes incluso ignoraban su existencia. Esto había ocasionado desequilibrios importantes en diversos momentos (como el incendio de la guardería ABC en Hermosillo o el reclutamiento de sicarios sin preparación, que habían derivado en la muerte innecesaria de civiles inocentes). Estos hechos causaron un profundo enojo y repudio de la sociedad mexicana, pero siempre se había logrado el siniestro propósito de las reuniones en El mojón: mantener la tensión necesaria en el país para impulsar agendas particulares.
Los ocho hombres recién llegados pertenecían al mismo número de cárteles de la droga. Habían mantenido un breve contacto al reunirse esa mañana en la ciudad de Guadalajara para organizar el convoy y creyeron saber el motivo de la reunión de emergencia. Así que llegaron preparados.
Sabiendo perfectamente a dónde se dirigían, atravesaron salas, pasillos y escaleras y penetraron en un gran salón, el cual contenía una enorme mesa de madera de encino rodeada por quince sillas de altos respaldos, siete de las cuales estaban ocupadas.
Una vez que intercambiaron saludos y todos estuvieron sentados, alguien cerró la puerta por fuera y la reunión empezó.
—Antes de cualquier otra cosa, quiero agradecerle a todos los recién llegados su asistencia a esta reunión —exclamó ceremoniosamente un sujeto sentado en la cabecera de la mesa al fondo del salón. Vestía el uniforme de comandante de la Agencia Federal de Investigaciones y fumaba tranquilamente un puro. —Ahora bien, dicho esto, ¡¿alguien me puede explicar qué chingados está pasando en Michoacán?!
El grito de furia del comandante desató una tormenta de voces. Todos los de la mesa se pusieron a hablar al unísono. Los gritos, maldiciones, regaños y acusaciones mutuas los mantuvieron ocupados cerca de tres minutos, hasta que el comandante reclamó silencio.
—No perdamos el tiempo en idioteces, señores —exclamó, utilizando un tono de voz conciliador. —Lo único que interesa saber es quién está violando la tregua que teníamos acordada. Se acercan las elecciones y a nadie nos conviene que las cosas se calienten.
—Ninguno de los nuestros ha roto el pacto —dijo el representante del cártel de Juárez, un tipo con pinta de ganadero. —Y, por lo que sé, ninguno de los otros cárteles tampoco. Hasta ahorita, las cosas funcionan bien para todos. Así, ¿por qué habríamos de romper la tregua?
—¿Entonces, cómo es que se encontraron once cadáveres destripados en una plaza pública en Oaxaca? —preguntó un sujeto al que todos conocían como “el míster” y que representaba los intereses de la empresa Televisa.
—También algún grupo de sicarios atacó un poblado en la sierra de Guerrero y mató a cerca de veinte personas —añadió el representante del gobernador de ese estado.
—Ese tipo de acciones… —empezó a decir otro de los presentes cuando su teléfono celular sonó. Los demás lo voltearon a ver, molestos, ya que por un acuerdo tácito no se hacían o recibían llamadas durante las reuniones. —¿Bueno?.. ¡Ya te he dicho que no me…! ¿Qué? ¿Aquí?... ¡Que pasen, hombre! —se volvió hacia los presentes y dijo: —Creo que ahora vamos a saber qué está pasando.
En ese momento, la puerta del salón se abrió y entraron tres hombres. Uno de ellos se adentró al salón, en tanto los otros dos, que tenían toda la facha de campesinos, se quedaron a unos pasos del umbral de la puerta.
—Caballeros —anunció el que había contestado el teléfono—, les presento a Esteban Rico, quien es mi operador financiero. Trae noticias muy importantes.
Esteban Rico se aclaró la garganta y dijo, con el tono de quien está acostumbrado a hablar en público: —Hace dos semanas se perdió un cargamento de metanfetaminas que había sido interceptado por los Zetas y que después el ejército se los requisó a éstos en Nuevo Laredo. La droga fue llevada a la Ciudad de México para servir como prueba y luego ser destruida y también se llevaron detenidos a seis integrantes de los Zetas. Pero el helicóptero donde se llevaba la droga y a los detenidos sufrió una falla mecánica y se estrelló en la sierra.
—Eso ya todos lo sabemos —interrumpió el representante de los Zetas. —El cargamento era de ese loco del 19. Mis muchachos fueron los que interceptaron el cargamento y los pinches militares se los agandallaron. ¿En dónde está lo importante, pues?
—Lo importante está en el hecho de que el cargamento de metanfetaminas al parecer estaba contaminado —respondió Esteban Rico.
—¿Contaminado? —preguntó el comandante de la AFI, que nunca había oído nada parecido.
—En vista de lo que pasó, eso creo —respondió Esteban Rico. —No es necesario explicarles a ustedes quién es el 19. Sin embargo, para que se entienda lo que está pasando, necesito hablarles acerca de éste. ¿Están de acuerdo?
Todos estuvieron de acuerdo, por lo cual Esteban Rico continuó: —El cártel del 19 nació apenas el año pasado. Su líder es un loco que antes trabajaba como investigador en la industria farmacéutica. Nadie sabe qué pasó, pero lo despidieron de su trabajo en 2009 y quedó muy afectado. Tenía muchas deudas y su esposa estaba muy enferma. Total, el tipo enloqueció o algo por el estilo. Se le hizo fácil entrar al negocio de la droga, ya que tenía los conocimientos y todo eso. Estaba loco, pero no era idiota. Sabía que no podría competir con los cárteles, así que decidió crear una nueva droga. Estuvo preguntando aquí y allá hasta que encontró alguien dispuesto a facilitarle dinero y materia prima. Era un conocido suyo que trabajó en la Secretaría de Salud de Guadalajara hasta que también lo corrieron, ya que lo acusaron de haberse robado unas muestras de la cepa de la influenza porcina, la famosa AH1N1. Así que trabajaron juntos en un laboratorio en la casa del amigo y lograron producir treinta kilos de una clase nueva de metanfetaminas. Pero hubo un accidente y el laboratorio explotó. Afortunadamente para los dos socios, lograron recuperar diez de los treinta kilos de droga. Los hicieron pastillas y las mandaron a la frontera, con el resultado que ya conocemos.
—¿Y cuándo se contaminó el cargamento? —preguntó el comandante.
—Lo más seguro es que en el incendio.
—¡No entiendo! —exclamó “el mister”— ¿Qué tiene que ver todo eso con lo que estamos tratando aquí en la reunión? ¿Qué tiene que ver con los cuerpos destripados de la plaza en Oaxaca? ¿Qué si la droga estaba contaminada?
—Que a los cadáveres no les sacaron las tripas. Sus tripas fueron devoradas.
Todos se voltearon hacia el que había hablado. Era uno de los dos hombres con aspecto de campesino que habían permanecido cerca de la puerta, aparentemente abrumados por el lujo de la hacienda y por el aspecto de los concurrentes a la reunión.
—Cuénteles a todos lo que vio, Fulgencio —le dijo Esteban Rico—, para que comprendan lo que les quiero decir.
Fulgencio se armó de valor e inició su narración.
—Vivo en un poblado de la sierra llamado La Ascensión. Somos ciento cincuenta personas y nos dedicamos a la elaboración de barro cocido. Somos pobres, pero ahí la llevamos. Hace como cinco días, un helipótero del ejército se cayó, en un lugar llamado La barranca, que está como a tres horas de La Ascensión. Yo y mi compadre Matías aquí presente decidimos ir a ver qué había pasado. No sabíamos si se había estrellado un avión o un helipótero, ya que en el radio sólo dijeron que una nave del ejército había caído por el rumbo de La barranca. Total que nos fuimos y nos encontramos con otros compañeros y llegamos al lugar del accidente. El helipótero había explotado y había muchos restos de metal por todos lados, así como partes de cuerpos y muchos muertos. Contamos siete militares y cinco hombres completos. Muertos. Encontramos también muchas armas y nos las llevamos para venderlas después. Tuvimos problemas con unos que viven en La Chona que también es una comunidad de la zona y estuvimos a punto de pelearnos. Pero ellos nos dejaron las armas y se llevaron unos paquetes cafeses que tenían pastillas rojas y azules con forma de estrellas. Después nos regresamos a La Ascensión. Hace dos días mi compadre Matías y yo llevamos las armas al mercado para venderlas a alguien y al pasar por la plaza oímos muchos gritos y disparos y vimos a mucha gente que corría. Tiramos las armas y nos subimos al quiosco de la plaza y vimos que unos demonios mataban a la gente y les abrían la panza y se comían las tripas. Nos dio mucho miedo. Pero lo que nos dio más miedo era que los demonios eran dos militares y cuatro de los hombres del helipótero que se había caído. Entonces…
—¡Momento, momento! —Interrumpió a Fulgencio el representante de los Zetas—, ¿no dijiste que cuando fueron a ver lo del helicóptero caído todos estaban muertos?
—Sí, todos muertos. Los que estaban muertos, pero completos, con sus piernas y brazos y cabeza y manos, eran siete militares y cinco hombres. Así los contamos.
—¿Entonces por qué dices que esos muertos eran los que estaban matando gente y comiéndose sus tripas en la plaza?
—Porque eran los mismos —dijo el compadre Matías, que hasta ahora no había hecho otra cosa que darle vueltas a su sombrero entre las manos mientras asentía a todo lo que contaba Fulgencio. —Yo hago figuras de barro y soy muy bueno para las caras. Sé reconocer las caras de todos aunque estén manchadas o llenas de cicatrices como las de los demonios de la plaza.
—Además, traían puesta las mismas ropas que vestían en el accidente —dijo Fulgencio. —De los seis, dos estaban vestidos de uniforme militar y los otros como buchos. Así les dicen a los señores narcos, ¿no?
En ese momento todos se pusieron a hablar al mismo tiempo. Nadie entendía qué estaba pasando ni por qué esos dos campesinos hablaban de muertos que mataban a otros. Esteban Rico les pedía calma a todos los presentes, pero nadie le hacía caso. No fue sino hasta que el comandante de la AFI sacó su arma y cortó cartucho, que todos guardaron silencio.
—No entiendo nada de lo que cuentan éstos dos, Esteban. Así que más vale que nos lo expliques —dijo el comandante, volviendo a guardar su arma.
—Yo tampoco lo entiendo, comandante —respondió Esteban —, pero tenemos sospechas de que algo tiene que ver con la droga que estaba en el helicóptero.
Esteban Rico se acercó a un mueble que servía de bar y se sirvió una copa de tequila, la cual se tomó de un trago. Luego, acercó una silla a la mesa y se sentó.
—Si hace rato mencioné lo de la droga contaminada fue porque han sucedido otras cosas que apuntan en ese sentido y que pueden explicar qué está pasando —dijo Esteban, sin dirigirse a nadie en particular. —Ya Fulgencio y Matías nos contaron cómo fueron al lugar del accidente y lo que vieron. No sé ustedes, pero yo les creo. Y les creo por la sencilla razón de que ésta historia tiene cola.
—¿A qué se refiere con eso? —preguntó un representante perredista, que hasta entonces había estado callado.
—A lo que pasó después con la droga que algunos se llevaron del lugar del accidente —respondió Esteban Rico y continuó—: Esa droga fue vendida al cártel del Golfo, el cual la repartió en varios lotes pequeños y la mandó para el norte del país. Esa droga nunca llegó a pasar  la frontera. La causa fue que de alguna manera la droga al parecer era realmente maravillosa. Tenía el efecto de euforia que la cocaína más pura, pero sin sus efectos secundarios. Aquellos que la probaban inmediatamente quedaban enganchados a la droga. Así que se vendió al menudeo antes de llegar a la frontera. Sin embargo, a los pocos días algo empezó a cambiar. Se empezaron a obtener reportes en varios estados del país, no sólo en el norte, acerca de personas que caían enfermas con síntomas de influenza, lo que obligó a las autoridades a levantar una alerta sanitaria.
—¿Y eso qué tiene que ver con éste asunto? —preguntó “El míster”.
—A eso voy —respondió Esteban—, la mayoría de esas personas infectadas por la influenza habían sido consumidores de la droga robada en el lugar del accidente. Esto lo supimos por un médico de la Secretaría de Salud que nos ha prestado algunos servicios anteriormente. Como sea, los que sufrían de éste brote particular de influenza no evolucionaban de la misma manera que los infectados por esa enfermedad, sino que entraban a un estado que el médico de que les hablo calificó como “hipnótico”. Por otro lado, también se habló de unos ataques horribles que ocurrieron en la sierra de Guerrero, aquél en donde murieron veinte personas. Pues bien, lo que no se dijo de ese ataque es que a esas personas las mataron y también les comieron sus vísceras y a algunos sus cerebros. Y tampoco que once personas que fueron heridas en los ataques se convirtieron en zombis a los tres días.
—¿Zombis?
—Así es, zombis.
Todos se quedaron callados ante la revelación. De alguna manera, un asunto que pudo ser solventado fácilmente (identificar al culpable de haber roto la tregua) se había convertido de pronto en un problema insoluble.
—Pero si los zombis no existen —comentó el comandante de la AFI —, son como los vampiros, o como el chupacabras. A menos de que se trate de los zombis del vudú. ¿Cómo es que explica eso, eh?
—Mire comandante —replicó Esteban Rico con brusquedad —, yo no sé cómo explicarlo ni si los zombis pueden existir o no. Yo sólo soy un operador financiero que trabajo para uno de los aquí presentes y creo que ya he hecho mucho de mi parte investigando este asunto y trayendo a éstos dos señores ante ustedes para que contaran lo que habían visto.
—Esteban tiene razón, caballeros —exclamó su jefe. —Les propongo que levantemos la reunión y nos mantengamos en contacto. Este asunto de los zombis parece complicado. Así que les recomiendo que todos utilicemos nuestros contactos y veamos qué se puede hacer o si hay alguna manera de sacar provecho de la situación. Si nadie tiene algo que decir, entonces levantamos la sesión y nos vamos.
Por supuesto, nadie dijo esta boca es mía. Todos estaban muy confundidos y no sabían si lo que acababan de escuchar era una broma de mal gusto, un problema real o una fuente potencial de ganancias.
Después de todo, los representantes de los cárteles en la reunión pensaron en que si era cierto lo que habían escuchado, el tipo aquél que había inventado esa nueva droga todavía estaba vivo en Guadalajara y podían tratar de reclutarlo…
Los representantes de los medios vieron en la historia una verdadera mina de oro, ya que a la violencia del asunto se le agregaba un ingrediente de misterio con eso de los zombis…
En cuanto a los representantes de las principales fuerzas políticas, sólo había una palabra que los había hecho poner atención: hipnotizados. Si la gente no moría después de contraer el virus y quedaba en un estado de elevada sugestión…
Todos abandonaron El mojón prometiéndose mantener en contacto y esperando secretamente ser los primeros en aprovecharse de la supuesta aparición de los zombis.



No hay comentarios: