lunes

Sobrevivientes






—Detengámonos un momento..., ya no puedo más.
Gloria y José voltearon a ver a Armando, encorvado y con las manos en sus caderas, jadeando entrecortadamente mientras intentaba recuperar el aliento.
Los dos jóvenes intercambiaron miradas y llegaron a la conclusión tácita de que era imprescindible parar. Después de todo, Armando casi los doblaba en edad, por lo menos a José. Hasta ahora les había demostrado que tenía energía y coraje, pero ambos sabían que éstos parecían disminuir cuando alguien ya casi había rebasado los cuarenta.
—¿Falta mucho para llegar a donde está el profesor Chilinsky? —preguntó José.
Armando no contestó, pero asintió con la cabeza.
Tanto Gloria como José ignoraban quién era el mentado profesor Chilinsky. Sabían que era alguien importante, pero no entendían el porqué Armando lo buscaba con tanta ansiedad.
Luego del fatal encuentro con los zombis, mientras los tres sobrevivientes corrían por calles desiertas, atentos a cualquier ruido, Armando les había dicho que su misión a partir de ese momento era localizar y reunirse con alguien llamado Chilinsky, que era un profesor experto en zombis.
Sin embargo, dado que avanzaban por una zona peligrosa en la que existían hordas de zombis con las que se podían encontrar en cualquier momento, a Armando se le había pasado por alto explicarles a los dos jóvenes el por qué el profesor Chilinsky era tan importante: Según le había revelado Rolando Mota mientras se recuperaban en el Oxxo del encuentro con los Vigilantes, supuestamente el profesor Chilinsky había encontrado la manera de revertir el proceso de zombificación de un infectado.
—Hay un refugio seguro cerca de aquí en donde podríamos parar, aunque no sé si tenemos tiempo para detenernos —dijo Gloria, mientras interrogaba a Armando con la mirada.
—Podemos parar —respondió Armando, quien ya había recuperado al menos el habla. —Es importante que encontremos lo más pronto al profesor Chilinsky, pero no existe una fecha u hora específica para ello.
—Además, ahora sí podrías contarnos algo más de ese profesor —comentó José, que se alegraba que pudieran tomarse un respiro. Él era joven, pero la acción de esa noche lo tenía abrumado.
Así que Armando y José siguieron a Gloria, que se internó por un oscuro callejón. Después de caminar cerca de veinte metros, salieron a una especie de patio interior rodeado de viviendas de departamentos de tres pisos que mostraban un aspecto deplorable, con las fachadas de pintura deslavada y las ventanas cubiertas de mugre.
Atravesaron el patio y se internaron en otro callejón. Esta vez no dieron con otro patio interior, sino con lo que parecía un estacionamiento abandonado.
Cruzaron el estacionamiento y saltaron una frágil barda de malla, tras la cual se encontraba una puerta de aluminio. Gloria buscó en su mochila y sacó un manojo de llaves, al cual estuvo dando vueltas un buen rato, intentando localizar la llave adecuada ante la poca luz que les llegaba desde una minúscula lámpara que estaba sobre la puerta.
Por fin Gloria dio con la llave y abrió la puerta.
Los tres entraron y Gloria encendió su linterna, ya que el interior del edificio estaba en la más completa oscuridad. A la luz de la linterna pudieron ver un montón de cajas apiladas, así como material de embalaje y los que parecían ser los cuerpos de cientos de bebés.
—Es una fábrica de muñecas —les informó Gloria mientras avanzaban por un pasillo, a cuyos lados se veían altos estantes con contenedores de plástico transparente en los que se veían ojos de vidrio, pelo artificial de diversos colores, cabezas calvas con las cuencas vacías, así como pequeños torsos, brazos y piernas.
La explicación de Gloria pareció tranquilizar a Armando y José, a quienes la mirada de esas partes de muñecas a la luz de la linterna les producía escalofríos.
Al final de pasillo llegaron ante una puerta detrás de la cual se oía un apagado murmullo de voces. Gloria tocó la puerta tres veces. El murmullo de voces se extinguió y durante unos momentos reinó el más absoluto silencio.
Un sonido tras la puerta les indicó que alguien se había acercado a ésta, así que Gloria exclamó: —¡Soy Gloria. Traigo a dos amigos conmigo!
Hubo un sonido de cerrojos que se corren y la puerta se abrió sólo unos centímetros. Alguien los observó por la rendija unos segundos y después la puerta se abrió.
Gloria, Armando y José traspusieron la puerta y se encontraron en una gran sala en donde se veían dos hileras de camas alineadas en las paredes. En el centro se formaba un amplio pasillo en donde habían colocado cuatro largas mesas y numerosas sillas.
La sala estaba llena de gente de todas las edades. La mayoría estaban sentadas ante las mesas, mientras otras yacían en las camas. Todos se les quedaron viendo a los recién llegados mientras avanzaban por el pasillo siguiendo a la mujer que les había abierto la puerta.
Ésta era una mujer de mediana edad, bastante guapa. Vestía de manera sencilla, con un pantalón de mezclilla y un delgado suéter negro. Sin embargo, algo en sus maneras indicaba que era ella la que llevaba la voz de mando en el refugio.
—Perdón por entrar por la puerta trasera —le dijo Gloria a la mujer —, pero es que tuvimos un encuentro con zombis hace un rato. Sólo nosotros tres sobrevivimos. Estamos muy cansados y necesitamos recuperar fuerzas.
—No te preocupes por eso, Gloria —le dijo la mujer, haciendo un gesto con la mano como para quitarle importancia al asunto —precisamente por eso habilitamos el refugio, ya lo sabes. Sin embargo, los refugiados no están acostumbrados que alguien entre por la puerta trasera.
—¿Creyeron que éramos zombis? —le preguntó José.
—¡Dios mío, no! —exclamó la mujer, soltando una carcajada. —Por si no lo sabes, los zombis no tocan puertas.
Llegaron a una pequeña habitación separada de la gran sala por una mampara, en la que había dos catres, una mesa redonda y seis sillas. En una esquina de la habitación había una minúscula cocina con una estufa de gas butano sobre la que humeaba una gran cacerola en la que hervía un puchero.
La mujer se acercó a la estufa y apagó la lumbre mientras decía —: Esto ya está listo. Pónganse cómodos mientras les sirvo algo de comer. Ahí en esa alacena hay gel desinfectante.
Mientras la mujer les servía la cena, Armando, Gloria y José se lavaron las manos y luego se sentaron a la mesa, cansados y hambrientos.
—Muchas gracias por todo, señora —le dijo Armando a la mujer mientras ésta le colocaba un gran vaso de jugo de uva y unas cuantas tortillas junto al plato donde humeaba el puchero —, en verdad que necesitábamos esto.
—No te preocupes, para esos estamos aquí, como le dije a Gloria —respondió la mujer con una sonrisa. —Ahora coman. Si ustedes dos quieren conversar un poco antes de dormir —les dijo la mujer a Armando y José— pueden hablar con mi marido, Pedro, que no tarda en regresar. Está haciendo su ronda.
—¿Su marido es Vigilante? —le preguntó José, que comía con fruición su puchero, aunque se estaba quemando la boca.
—No, mi marido no es Vigilante. Es cazador de zombis —respondió la mujer, que salió de la habitación cargando con cuidado la cacerola del puchero.
—¿Cazador de zombis? —exclamó José, arqueando las cejas.
—¿Quién es esa mujer y cómo sabías de este lugar? —le preguntó Armando a Gloria, sin hacer mucho caso a la pregunta de José. A él también se le hacía muy extraño que alguien se dedicar a cazar zombis, pero le interesaba más conocer la respuesta de Gloria.
—Esa mujer es mi madre y este lugar perteneció a un tío, hermano de papá. Los dos decidieron convertir a esta vieja fábrica de muñecas en un refugio para las personas que huyen de los zombis—respondió Gloria tranquilamente, dándole un buen trago a su jugo.
Armando y José se quedaron inmóviles por la sorpresa. No esperaban oír esa respuesta. Gloria se rió al ver la cara de sorpresa de sus dos nuevos amigos.
—Perdón por no haberles dicho eso antes —le dijo Gloria —pero es que me sentía un poco molesta contigo, Armando.
—¿Conmigo, por qué? —preguntó Armando, visiblemente apenado.
—Pues porque nos has traído corriendo a José y a mí por todos lados y no nos has explicado el por qué es tan importante ese tal Chilinsky.
Armando su disculpó con Gloria y luego les contó cómo se había encontrado con Rolando Mota y lo que éste le había dicho acerca de la “mano negra” que había detrás de los zombis. Además, añadió todo lo que sabía sobre el profesor Chilinsky.
—Lo último que me dijo Rolando —les dijo Armando a los dos jóvenes, que lo escuchaban muy atentos —fue que al parecer el profesor Chilinsky descubrió la manera de (no estoy muy seguro si dijo detener o revertir) el estado zombi. Tampoco sé si el profesor Chilinsky tiene una fórmula o medicina o algo parecido. Lo único que sé es que es muy importante que me reúna con él. Rolando Mota me dio unos papeles que quería que Chilinsky viera.
—¿Y por qué te los dio a ti y no se los llevó él personalmente? —le preguntó José, que ahora sentía un singular respeto por el fallecido Rolando Mota.
—No lo sé. Quizá presintiera su muerte —dijo Armando—, o quizá sabía que su manera de funcionar era utilizando su mente, más que su cuerpo.
Después de que Armando terminara de hablar todos guardaron silencio, sumidos en sus pensamientos. Luego se pararon de la mesa y llevaron los platos a lavar. Sobre todo Armando y José sentían que era su deber contribuir en algo en aquél refugio que tanto bien les había dado.
Luego, Armando y José se tumbaron en los catres, mientras Gloria se sentó a la mesa. Con un trapo que había encontrado restregaba la hoja de su machete, quitándole todo rastro de sangre o tejido zombi.
—¿Cómo está eso de que tu papá es cazador de zombis? —le preguntó José a Gloria desde su catre, donde yacía acostado, cubriéndose los ojos con el brazo.
Gloria sonrió ante la pregunta. Sentía un cariño especial por su padre, que siempre había sido un excéntrico, pero a su manera. —Papá simplemente se hartó de estar escondiéndose —dijo Gloria, mientras seguía limpiando su machete —, al principio actuó como todo el mundo, creo, y se dedicó a protegernos a mamá, a mi hermano y a mí. Después vio que el problema se extendía y, junto con mamá, pusieron a funcionar este refugio en la antigua fábrica de muñecas que era de un hermano de papá. La gente se enteró del refugio y pronto este lugar estuvo lleno hasta los topes.
Gloria terminó de limpiar su machete y se levantó para servirse más jugo de uva. Luego volvió a sentarse a la mesa y continuó—: A papá esto lo mantuvo ocupado un tiempo, pero después empezó a darse cuenta de que la gente sólo buscaba refugio y no se interesaba en nada más. Era como si dijeran “somos refugiados y su deber es darnos comida y techo”. Cuando papá intentó crear un grupo de Vigilantes, por ejemplo, sólo consiguió a tres voluntarios, siendo que en ese momento había cerca de noventa hombres y jóvenes en el refugio. Así que un buen día, hará cerca de un mes, decidió salir a las calles, no para vigilar, sino para cazar zombis.
—¿Con gente voluntaria del refugio? —preguntó José.
—Ya te dije que sólo consiguió tres voluntarios aquí —respondió Gloria —, así que al resto tuvo que conseguirlos allá afuera. Han tenido un gran éxito. Llevan cerca de trescientos zombis muertos. Lástima que no estuviera cerca de nosotros esta noche. Quizá nos hubieran ayudado acabar con esos monstruos.
José meditó en las palabras de Gloria. A él también le parecía que era mejor pelear que huir. Él se había hecho Vigilante porque desconocía que hubiera cazadores de zombis. De haberlo sabido, se habría convertido en uno de ellos.
—¿Y por qué entonces hay más Vigilantes que cazadores de zombis? —preguntó José, que se irguió y se sentó sobre el catre.
—Porque los cazadores de zombis estamos fuera de la ley —dijo Pedro, el padre de Gloria, que en ese momento entró a la habitación.
Era un tipo delgado y bajo, que llevaba el pelo muy corto y vestía pantalón de mezclilla, una camiseta de Green Day y tenis Converse. Si no fuera porque en su pelo se veían bastantes canas, cualquiera lo hubiera tomado por un muchacho.
—¡Papá! —lo saludó Gloria, levantándose de la silla para abrazarlo. —Hace rato tuvimos un encuentro con zombis. Maté ocho.
—¡Esa es mi niña! —exclamó el padre de Gloria y se sentaron juntos a la mesa. José y Armando también se levantaron de sus catres y se sentaron.
—Estos son Armando y José —los presentó Gloria a su padre. —José es Vigilante y conoce a Federico. Armando es… una especie de correo. Necesita nuestra ayuda para encontrar a un profesor que puede acabar con los zombis.
—¿A sí? —se interesó el padre de Gloria.
Armando estaba a punto de responderle, cuando intervino José, que por lo visto era muy terco. —¿Por qué dice que están fuera de la ley? —le preguntó al padre de Gloria.
—¿No sabes nada de las Leyes Zombi? —le dijo éste.
—Sí, las conozco, pero no sabía que las estaban aplicando. Ya sabe, estamos en México y, por lo general, las leyes se pasan por alto, sobre todo en momentos como los actuales, en los que las autoridades han sido rebasadas.
—Pues esas Leyes Zombi se están aplicando y de manera muy estricta —dijo el padre de Gloria. —A seis de mis compañeros se los llevaron presos la semana pasada.
—¿Pero quién las está aplicando? —exclamó José, confuso.
—¿Quién? —exclamó a su vez el padre de Gloria, muy serio. —Eso es una de las cosas que me gustaría saber. Sí supieron ustedes del ataque de esta noche al Palacio Nacional, ¿verdad?
—¡Y que lo diga! —intervino Armando. —Yo estuve en la posada, invitado por un amigo al que mataron los zombis cuando nos atacaron.
—Pues tuviste suerte de salir vivo de ahí —le dijo el padre de Gloria. —Hasta el momento van cerca de cien muertos, según nos informó un amigo que también anduvo por allá. No sé si sea verdad, pero me dijeron que los zombis mataron al presidente Calderón y a su familia o alguien se los llevó secuestrados.
—¡Dios mío! —exclamó Gloria.
—Sí, pero esperemos que esos sólo sean rumores —continuó el padre de Gloria, que se sirvió un vaso de jugo de uva. —Lo que no me gusta nada de este asunto es que simplemente no me explico cómo un grupo de zombis tan grande pudo haber planeado un ataque así al Palacio Nacional. De mi experiencia con zombis les puedo asegurar que esos monstruos no piensan.
—Creo que yo sé la respuesta a su pregunta — le dijo Armando. —Sin embargo, antes de decírsela me gustaría saber el por qué se decidió a matar zombis sabiendo que estaba prohibido por la ley. Quiero decir, me imagino que usted es un hombre honrado que siempre ha respetado la ley.
—Sí, siempre he respetado la ley —dijo el padre de Gloria. —Tuve un problema de pago con tarjetas de crédito, pero fue por causas ajenas a mi persona y no tuvo nada que ver con fraudes, dolo o alguna cosa parecida. Sin embargo, fuera de andar escondiéndome de los cobradores, nunca hice nada fuera de la ley.
El padre de Gloria se tomó el vaso de jugo y continuó: —Cuando mi esposa y yo habilitamos este refugio, me di cuenta de muchas cosas que antes había ignorado. Por ejemplo, que habitamos un país de víctimas. No sé si ustedes se habrán dado cuenta, pero cuando sucede un desastre natural, lo primero que hacen las personas es auto calificarse como “damnificados”, esto es, como víctimas. Una vez hecho esto, esperan que terceras personas, ya sea el gobierno o alguna institución de caridad, sean las que les resuelvan la vida: exigen comida, refugio y que les sean reintegrados los bienes materiales que perdieron.
—Bueno, pero eso es algo que, dadas las circunstancias de desastre, es el comportamiento natural en todo el mundo, creo —comentó Armando.
—De acuerdo: es natural que así sea —respondió el padre de Gloria. —Pero si se fijan bien, esa no fue la reacción que tuvieron los “damnificados” en el terremoto de 1985. Entonces la gente se unió, hubo un sentimiento de solidaridad y, antes que esperar a que el Gobierno les ayudara, surgieron grupos civiles de ayuda voluntaria y entre todos sacaron adelante la situación. Y, ¿saben por qué fue así?
Al ver que todos guardaban silencio, el padre de Gloria continuó: —Las cosas fueron de esa manera en el terremoto de 1985 porque el Gobierno se tardó mucho en reaccionar. Simplemente, la ayuda gubernamental brilló por su ausencia, sobre todo durante las primeras horas o incluso los primeros días de la tragedia. Los ciudadanos pronto se dieron cuenta de que no podían contar con la ayuda del Gobierno, así que se olvidaron de que eran víctimas o “damnificados” y eso los llevó a actuar.
—¿La ausencia del Gobierno evitó la victimización? —aventuró Armando.
—Exacto —respondió el padre de Gloria. —En este país, el Gobierno siempre nos ha tratado a sus ciudadanos como si fuéramos unos niños que no nos podemos valer por nosotros mismos. Y el problema es que la mayoría de la gente se lo cree. Así que no somos capaces de enfrentar las cosas malas cuando se presentan y siempre necesitamos de terceros para resolver nuestros problemas.
—Pero en los últimos años los mexicanos hemos estado involucrándonos cada vez más en asuntos que antes correspondían únicamente a los políticos —comentó José, que desde hacía tiempo se consideraba a sí mismo como un ciudadano comprometido, razón por la cual se había unido a un grupo de Vigilantes.
—Sí, pero hemos sido engañados —dijo el padre de Gloria. —Cuando el Gobierno vio que los ciudadanos se involucraban cada vez más en sus asuntos no hizo nada por cambiar o mejorar su desempeño, minimizando así la necesidad de contar con esos mismos ciudadanos. Al contrario, siguió haciendo las cosas como hasta entonces y acogió con gusto a los ciudadanos comprometidos. Fue la jugada perfecta, porque así aparentaba apertura, seguía sin cambiar su manera de gobernar y disminuía la presión.
—¡Pero eso no tiene sentido! —protestó José, que no le gustaba perder.
—¿No? —dijo el padre de Gloria. —Al contrario, está lleno de sentido. Según veo, por lo menos tú, José, estás involucrado en algún movimiento ciudadano, ¿o me equivoco?
—No se equivoca. Pertenezco a un grupo ciudadano encargado de auditar el avance de la transparencia en la función pública —respondió José, no sin cierto tono de orgullo en la voz.
—Bien por ti, te felicito —le dijo el padre de Gloria con sinceridad. —Sin embargo (y aquí quiero que seas lo más franco posible), ¿crees que en verdad tu grupo ciudadano ha logrado influir en el nivel de transparencia de la función pública?
José no contestó. Permaneció callado, desafiante.
—No, la verdad es que el nivel de transparencia de la función pública ha permanecido tan opaco como antes —se respondió a sí mismo el padre de Gloria. —¿Cómo lo sé? Bueno, porque yo mismo pertenecía a uno de esos grupos ciudadanos.
—¿Y dónde está el truco del Gobierno? —preguntó José.
—Su truco está en aceptar el consejo ciudadano (incluso permitiendo que sus miembros asistan a las reuniones importantes) pero tomando las decisiones como si éste no existiera. De esa manera, incluso si las cosas siguen como antes, ellos pueden excusarse diciendo que los mismos ciudadanos intervinieron en el proceso, aunque su intervención fuera sólo como adorno.
—¡Bueno, basta! —exclamó Gloria. —Las discusiones sobre política siempre son aburridas y por lo general terminan mal. Así que dejen eso para otro día. Ahora lo que necesitamos todos es descansar y buscar al profesor Chilinsky ese.
—Estoy de acuerdo contigo, Gloria —dijo Armando —, pero considero que tu papá tiene razón, porque resulta que gentes en el Gobierno, principalmente de los partidos políticos, están tras este asunto de los zombis.
—¿Qué dices? —dijo el papá de Gloria, irguiéndose en su silla.
Armando procedió entonces en lo que le había contado Rolando Mota. No omitió nada, ya que a la vez que lo contaba se iba haciendo una idea más clara del asunto. Todos lo escuchaban con atención y no lo interrumpieron ni una sola vez.
—… Lo que no alcancé a comentar con Rolando —decía Armando a su auditorio, que se había incrementado con la llegada de la mamá de Gloria y otras tres personas que vivían en el refugio— es que, según creo, el plan original de los partidos políticos de influir en los infectados para obtener su voto, en algún momento se les fue de las manos. No creo que hayan planeado desarrollar sus campañas políticas en medio de ataques de zombis.
—Yo tampoco lo creo —replicó la mamá de Gloria, que aventajaba a su marido en cuestiones de índole política. —Sin embargo, y creo que Pedro estará de acuerdo conmigo, los ataques de zombis más recientes no son producto de la casualidad. Alguien tuvo que influir para que estuvieran en el lugar y la hora correctos para sus planes.
—Estoy de acuerdo contigo, Dana —dijo el papá de Gloria, con lo que Armando y José conocieron el nombre de la mujer. —Es demasiada casualidad de que la mayoría de los zombis estuvieran en los alrededores del Zócalo precisamente mientras tenía lugar la posada en el Palacio Nacional.
—Armando, ¿no dijiste que te encontraste con unos zombis SMES y que eso sorprendió a Rolando Mota? —le preguntó Gloria, la cual aparentemente había seguido muy atenta la narración de Armando.
—Sí, eso dije. ¿Acaso eso es algo importante?
—Sí lo es, mucho —contestó el papá de Gloria, que le pidió a su mujer que por favor le trajera su mochila que había dejado en la entrada.
Mientras la mamá de Gloria fue por la mochila, Armando se excusó con los presentes para ir al baño y tanto Gloria como José se levantaron para estirar las piernas y servirse de nuevo jugo de uva, del cual el refugio parecía tener grandes provisiones.
Armando preguntó a unas personas por el baño y estas le indicaron que estaba al fondo, cerca de la puerta por la que había entrado. Armando llegó al baño después de sortear a una multitud de chiquillos que jugaban a los zombis en el centro del pasillo franqueado por las hileras de camas, que eran treinta, según contó.
En el baño pudo orinar finalmente. Se lavó las manos y observó su rostro en el espejo sobre el lavabo. Tenía una cara espantosa. Ya no parecía zombi, sino que semejaba más a una de sus víctimas. Armando esperaba que todo concluyera rápidamente. Estaba tan cansado que no sabía si podría continuar un día más.
Al regresar a la habitación donde sus amigos se encontraban reunidos, Armando pudo darse cuenta de que lo que decía el papá de Gloria era verdad: aquellos refugiados parecían sentirse en su casa. Esperaban ser vestidos y alimentados. Armando se preguntó cuántos de ellos estarían dispuestos a poner sus vidas en riesgo buscando a un científico desconocido. No podía asegurarlo, pero creía que ninguna de aquellas gentes se ofrecería de voluntaria. Después de todo, eran “damnificados”.
En la habitación reinaba el bullicio. El papá de Gloria discutía con José y uno de los recién llegados unas cifras y señales que estaban escritas en lo que parecía un mapa de la ciudad. Gloria y su mamá conversaban con los demás, aparentemente tratando el asunto que se desarrolló ahí mientras Armando estaba en el baño.
—¿De qué se trata todo esto? —preguntó Armando, tomando asiento.
—En este mapa señalamos aquellos puntos en los que han tenido lugar los ataques de zombis más recientes —le explicó el papá de Gloria mientras daba vuelta al mapa, a fin de que Armando pudiera verlo. —Las señales han sido hechas durante las últimas seis semanas. Estas negras que vez aquí las hemos puesto ahora, gracias a los informes que nos ha facilitado José, que como Vigilante ha cubierto una parte de la ciudad que está más allá de la zona que cubríamos los cazadores de zombis.
Armando observó el mapa, que estaba bastante poblado por cruces de varios colores: rojo, azul, verde, morado, café y negro.
Las zonas rojas son las que señalan los puntos en que matamos zombis hace seis y cinco semanas —explicó un sujeto que se llamaba Daniel y que formaba parte del escuadrón de cazadores de zombis, que contaba con quince miembros. —Las azules, los de hace cuatro semanas; las verdes, los de hace tres semanas; las moradas, los de hace dos semanas; las cafés son de la semana pasada y estas negras, que como dijo Pedro, corresponden a las de hoy. Si te fijas bien, parece existir un patrón.
Efectivamente, Armando pudo ver un patrón definido. Al principio, seis semanas atrás, las marcas rojas aparecían dispersas, lo cual se podía esperar tratándose de zombis. Sin embargo, conforme las semanas y los colores se sucedían, las marcas tendían a estar más concentradas.
Las señales cafés, que señalaban los puntos de los ataques de apenas una semana atrás ya mostraban una distribución tan definida que difícilmente podría achacársele al azar. Pero eran las señales negras, las que apenas se habían puesto en el mapa, las que definitivamente indicaban que los ataques de zombis estaban siendo orquestados.
—Bueno, aquí hay algo, eso es seguro —comentó Armando, señalando el mapa con ligeros golpes de dedo sobre las zonas café y negra.
Hace un rato les dije que eso de los zombis SMES era importante —dijo el papá de Gloria. —Y refuerza además lo que plantea Dana: esto está orquestado. Además, nuestro compañero Daniel aquí presente, es cazador de zombis y también se ha dedicado a registrar qué tipos de zombis eran.
—¿Y eso para qué? —preguntó José.
—Pues porque empezamos a notar que en nuestras cacerías habían ciertos tipos definidos de zombis  —respondió Daniel, un tipo moreno y robusto. —Zombis que parecían formar parte de tribus o clanes. Esto lo notamos porque había grupos de ellos cuya forma de vestir era parecida, o tenían ciertas características comunes que los diferenciaban de otros zombis. Como los zombis SMES, llamados así porque eso es lo que gruñen, como un mantra.
—Pero diles qué fue lo que más nos llamó la atención —le dijo el papá de Gloria.
—Lo que más nos llamó la atención —continuó Daniel— es que la mayoría de los zombis pertenecían antes a alguna agrupación sindical o de esos grupos de protesta profesionales como los de “Antorcha campesina”, “Los cuatrocientos pueblos” o los del CNTE. Y esto lo supimos porque un compañero cazador, Evaristo, que resultó muerto por un zombi en una de nuestras rondas, nos comentó que él había formado parte en su juventud de varios de esos grupos de protesta y había reconocido a muchos de sus antiguos compañeros en las cabezas de zombis de las que llevábamos la cuenta.
Las palabras de Daniel sumieron a los reunidos en el silencio. Cada uno intentaba asimilar lo que se había dicho en esa habitación del refugio, en parte para ordenar las ideas, en parte para poder contribuir de alguna manera a ayudar a todos a despertar de la pesadilla.
Dana, la mamá de Gloria, fue la que rompió el silencio: —La pregunta que todos nos debemos hacer es por qué. Si logramos contestar a eso, podremos averiguar quién está detrás de todo esto. Sin embargo, creo que lo que debemos de hacer es irnos a dormir. Mañana continuaremos con esto y oiremos lo que Armando nos tiene qué decir sobre su misterioso profesor Chilinsky. ¿Todos de acuerdo?
El silencio que imperó fue la respuesta. Así que cada quién se buscó un lugar y se dispuso a intentar recuperar las fuerzas durmiendo.
Afuera, los zombis continuaban con su cena.



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